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DAVID COPPERFIELD.

una lágrima, ni hizo movimiento alguno... hasta que, como despertado de un sueño, trató de coger su capa que se hallaba colgada en un rincon de la habitacion.

- Que me ayude alguien, dijo con impaciencia, que me faltan las fuerzas... gracias; dadme asi- mismo mi sombrero.

- ¿A donde vais, tio mio? le preguntó Cham.

- ¿A donde? Lo ignoro. Voy a buscar mi sobrina aun cuando tuviera que dar la vuelta al mundo. Quiero ir à arrancar mi sobrina al des- honor y traerla aqui. Que nadie me contenga. Re- pito, que voy en busca de mi sobrina.

- No, no, exelamó mistres Gun dose entre el sobrino y el tio y rompiendo á llo- rar. No, no, Daniel, no en el estado en que os ha- llais. Ya ircis mas tarde y tendreis razon. Sentaos, y perdonadme por haberos atormentado con mis quejas... pero qué valian todos mis pesares al lado de este!... ;Hablemos, amigo mio, del dia en que... ella se quedó huérfana, en que Cham fué huérfano tambien, en que yo enviudaba y los tres fuimos recogidos por vos! Esto calmará un poco vuestro corazon, Danicl, y soportareis mas fácilmente vuestra afliccion, pues ya sabeis que el Señor ha dicho : « Lo que habeis hecho por el último de ellos, lo habeis hecho por mi.» Y no invocaremos en vano aquella divina palabra bajo este techo, que nos ha servido de asilo hace muchisimos años.

Mr. Peggoly oyó estas últimas palabras con ma- yor ealma, y vi que lloraba... Mi primer movimien- to fué arrojarme á sus plantas, pedir perdon á aquella familia del desconsuelo de que yo era cau- sa, y maldecir á Steerforth. Pero me dejé llevar por otro sentimiento mejor. Viendo llorar á Mr. Peggoly tambien yo me eché á llorar, y mi transido corazon experimentó el mismo alivio que el suyo.

VIII
EL PRINCIPIO DE UN LARGO VIAJE.

Presumo que lo que es natural para mi, debe serlo para todos. No temo confesar que nunca ha- bia querido tanto à Steerforth como cuando se rompieron los lazos que nos unian. En medio del agudo dolor que me causaba el descubrimiento de su felonia, me acordaba mas que nunca de sus cualidades superiores, de su carácter, en una pala- bra, de todo lo bueno, noble y grande que abri- gaba su corazon.

Por mas que me hiriese mucho el haber sido el cómplice involuntario de la profaacion del hogar doméstico donde le habia introducido, creo que, si me hubiese hallado frente á frente con él, en vez de dirigirle un amargo reproche, el recuerdo de mi cariño me hubiese arrancado las lágrimas de un niño que pierde para siempre su mejor amigo. Esta pena no llegaba hasta perdonarle; en medio de mis lágrimas, sentia como él, que todo habia acabado entre nosotros para siempre.

¡Ah! Steerforth, por vuestra parte me olvidas- teis mas fäcilmente; vuestros remordimientos no duraron tanto tiempo como mi pesar; pero aun cuando este pesar deba aun agravar vuestra infa- mia á los piés del trono de nuestro jucz sobera- no... no alzaré, á lo menos, una voz acusadora.

No tardó en divulgarse por la ciudad la nueva de lo ocurrido. En las calles, á la mañana siguien- le, noté que era la conversacion que se suscitaba por todas partes.

La mayor parte de la gente era severa para con ellu; algunos se mostraron muy severos con el; pero el padre adoptivo de Emilia y su prometido inspiraban el mismo sentimiento; todo el mundo manifestaba por ellos un respeto lleno de delica- deza.

Sus compañeros, los marineros, se retiraron aparte al verles dirigirse pausadamente á la playa, y hablaban entre si, en voz baja, con aire de com- pasion.

Les hallé en la playa. Fácil era nolar que no ha- bian dormido en toda la noche, aun cuando mi niñera no me hubiese dicho que habian pasado la noche sentados en una silla, hasta que llegó el dia. Estaban anonadados, y Mr. Daniel habia enve- jecido mas en aquella noche, que durante todo el tiempo que yo le habia conocido; pero uno y otro estaban tan graves y aparentaban tanta calma como la misma mar.

- Hemos hablado mucho, me dijo entonces Mr. Daniel Peggoty, despues que nos paseamos los tres largo tiempo en silencio, de lo que debe- mos hacer... y ahora ya salbemos qué resolucion tomar.

En aquel momento miré á Cham que se hallaba