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DAVID COPPERFIELD.

contemplando el limite del horizonte, y me horro- rizó un pensamiento horrible... no porque en su rostro se viese pintada la cólera... sino porque en él lei una expresion de determinacion resuelta, que me daba á comprender que si se hallaba algun dia con Steerförth, le mataria.

- He llenado aqui mi deber, dijo Mr. Daniel 3; parto en busca de mi...-se detuvo y continuó con voz resuelta,-voy á busear... ese es mi úni- co deber de hoy en adelante.

Meneó la cabeza cuando le pregunté dónde la busearia, y deseó saber si marcharia yo á Lóndres al dia siguiente.

- Hoy mismo me hubiera marchado, le res- pondi, si no temiese perder la ocasion de poder seros úlil en algo. Me marcharé cuando querais.

- En ese caso, mañana partiremos juntos.

Continuamos paseándonos en silencio un rato mas.

- Cham, prosiguió Mr. Daniel, no abandonará su trabajo, viviri con mi hermana. El viejo buque, aquel...

- Teneis la intencion de abandonarlo, Mr. Peggoly? pregunté.

- Mi puesto, Mr. David, no es este, me respon- dió; y os aseguro que si algun buque ha zozobrado durante la tempestad, será ese. Pero no, señor, no, no intento dejarlo abandonado; antes al con- trario.

Al cabo de un rato volvió á pensar en lo mismo y me dió esta explicacion:

- Mi deseo es que el buque continúe siendo, al menos en apariencia, lo quie ha sido, de dia como de noche, en invierno como en verano. Si volviese ella por casualidad, no quiero que nuestra antigua vivienda aparente rechazarla. ¿Compren- deis? No, es preciso que la encuentre como la ha conocido; es preciso que se sienta atraida, arras- trada, que tenga deseos de acercarse y de echar una mirada al interior, aun cuando no fuese sino por una ventana, para ver su antiguo sitio al lado del fuego. Quizás entonces, Mr. David, no viendo alli mas que á mistress Gummidge, se atreveria à entrar temblando, seria mas facil que se decidiese á apoyar su cabeza fatigada sobre la misma almo- hada en que otras veces un plácido y tranquilo sueño cerraba sus párpados.

Estaba demasiado conmovido para hablar una palabra.

Mr. Daniel continuó:

- Todas las noches es preciso que la luz alum- bre la ventana, á fin de que si la viese desde lejos pareciese decirle la huz: a Vuelve, hija querida, Vuelve... » Cham, si alguna vez por la noche oye- seis i la pucerta de vuestra tia el aldabon que una mano timida dejase caer... separaos, mi que- rido hijo ; que sea mi hermana y no vos, Cham, quien vea entrar á mi hija extlraviada...

Despues de halblar asi se adelantó algunos pasos, y durante este intervalo y habiendo mirado a Cham observé que su rostro tenia la misma expresion; vi sus ojos fijos en la luz lejana; dos veces le cogi del brazo y dos veces le llamé por su nombre, como se toca y habla á alguien á quien se quiere despertar antes que oiga.

- Cham, le dije, qué pensamiento os absorbe?

- Pienso en lo que tengo delante de mis ojos, Mr. David, y en lo que esta encima... allá arriba.

- ¿ En la vida que teneis ante vuestros ojos so- bre el mar, quereis decir?

Con su ademan me habia mostrado las olas.

- Si, Mr. David, no sabré deciros cómo; pero de alli arriba creo que vendrá para mi un término i todo esto, me replicó como si se despertase, con el mismo aire de resolucion.

- El término de qué? pregunté con un senti- miento de terror.

- No sé, me respondió. Recuerdo que aqui ha- bia tenido lugar el principio... y que aqui podria muy bien llegar el fin... Pero esto ha pasado, Mr. David, no temais por mi, yo sabré recobrarmirazon.

Nos reunimos á Mr. Daniel y no volvimos i ha- blar nada; pero el, recuerdo de aquellas vagas palabras me asaltó mas de una vez antes del trigi- co desenlace.

Nos acercamos poco á poco al barco, donde en- tramos.

Mistress Gummidge se hallaba disponiendo el almuerzo. Cogió el sombrero á Mr. Danicl, le acer- có una silla, y mostró tanta solicitud, que parecia enteramente otra.

- Mi bueno y querido Mr. Danicl, es preciso beber y comer para tener fuerzas, que bien lo ne- cesitais... Animo, amigo mio; si os fastidia mi charla, ordenadme que me calle.

Asi que nos hubo servido á todos se sentó cerea de la ventana, donde se puso á arreglar unas ca- misas y otros efectos de Mr. Daniel, doblándolos y colocándolos cuidadosamente en un saco viejo de hule, como el que usan los marineros.