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DAVID COPPERFIELD.

- Añado, continuó miss Moweher, que aquellos que han querido hacer de mi un eiego instrumento de su perfidia, harán bien en desconfiar de mi. Suponen que han partido al extranjero; pero si vuelven y yo vivo les hallaré, y si puedo remediar el mal que involuntariamente he causado, lo haré... A Dios gracias tengo la vista de lince, y á Littimer mas le valdria tener tras si un perro de caza que no la enana. Adios, señor, en adelante creo que me conocereis mejor.

Volvió á coger su paraguas, que le ayudé á abrir asi que hubo pasado la puerta, y hé ahí cómo aca- hó aquella segunda aparicion de miss Mowcher.

No tardé en acostarme, y despues de pasar aun ma hora de insomnio, me dormi hasta la mañana siguiente.

Mr. Daniel y su hermana vinieron à busearme muy temprano al dia siguiente : nos dirigimos al despacho de diligencias, donde mistress Gummidge y Cham nos aguardaban para decirnos adios.

- Mr. David, me dijo Cham en voz baja, mien- tras que Mr. Daniel colocaba su saco con los demas equipajes, está perdido; no sabe á dónde va ni tampoco lo que vé; emprende un viaje que durará hasta su último dia, creedme, á menos que halle lo que va á buscar. Estoy seguro que sereis un amigo para él.

- Confiad en mi, respondi estrechando afectuo- samente la mano de Cham.

- Gracias, gracias por vuestro buen corazon, Mr. David. Aun una cosa : mi posicion hoy es buena, y no sabré qué hacer del dinero que gano; solo lo necesito para el gasto del dia; si pudieseis emplear con él mi jornal, trabajaria con mas ar- dor... aunque en cuanto á eso, no dudeis que en cualquier tiempo trabajaré siempre como un hom- bre y lo mejor que pueda.

- Estoy convencido de ello, mi querido Cham, y espero que llegará dia en que vos mismo renun- ciareis i la soledad que tan natural os parcce hoy para pasar vuestra vida.

- No, Mr. David, dijo meneando la cabeza, todo concluyó ya para mi; nadie ocupará mi corazon en adelante; pero no olvideis lo que os he dicho respecto al dinero.

- Os lo prometo, le respondi; pero á mi vez os recnerdo que Mr. Daniel Peggoty gozará de una renta regular, aunque módica, gracias al legado de Mr. Barkis.

Nos despedimos, y al partir experimenté una agonia eruel, pues me conmovia el valor y la dulzura con que soportaba su horrible desgracia.

No describiré la desesperacion mal reprimida de mistress Gummidge, en el último momento de aquella separacion.

Una vez que llegamos á Lóndres, nuestro pri- mer cuidado fué busear un alojamiento para Peg- goly, en el que pudiese tener una cama su herma- no. Afortunadamente hallamos uno muy conve- niente y barato, en casa de un especiero, vecino mio. Lo alquilé y conduje alli á mis huéspedes. Por el camino compré un plato de carne fiambire, y rogué á mistress Crupp que me subiese agua hir- viendo para hacer el té...

Mi patrona no se mostró ni muy atenta, ni muy solicita; verdad es que la humilló no poco ver á Peggoty recogerse el vestido y limpiar los muebles del cuarto.

Aquello era, å los ojos de mistress Crupp, una excesiva libertad, y nunca, dijo ella, obtendria su aprobacion una libertad.

En el camino de Yarmouth á Lóndres, Mr. Da- niel Peggoty me habia hecho una comunicacion que yo ya me esperaba; era que se proponia antes que nada ir á ver á mistress Steerforth. Me erei obligado á acompañarle y á servir de mediador.

Deseando respelar hasta donde fuere posible, los sentimientos de una madre, le escribi aquella mis- ma noche, para anunciarla nuestra visita.

Conté con la mayor delicadeza posible á mistress Steerforth, el ultraje de que se quejaba Mr. Peg- goty, y mi parte en su injuria. Le expliqué que era un hombre de una condicion ordinaria, pero de un carácter tan noble y de una rectitud tal, que de- bian realzarle á los ojos de todos; manifesté la es- peranza que mistress Steerforth no rehusaria verle en medio de su desgracia, y añadi que iriamos á Highgate hácia las dos de la tarde. Envié la carta para que pudiese recibirla á la mañana siguiente.

A la hora mareada nos hallábamos à la puerta... á la puerta de aquella casa, en la que algunos dias antes, habia sido tan feliz, en donde me habia abandonado tan ficilmente á mi confianza y cari- ñosos instintos, donde ya no volverian á recibirme y donde tambien reinaria la desolacion.

Ya no se hallaba Littimer para introducirnos; pero en su lugar apareció la figura mas agradable de la persona que le habia sucedido desde mi últi- ma visita, y que nos precedió á la sala. Alli estaba esperándonos mistress Steerforth: al mismo tiem-