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DAVID COPPERFIELD.

escuche! ¡Mi hijo, el único objeto de mi vida, á quien he satisfecho desde niño sus menores deseos, que no debia separarse nunca de mi... mi hijo llega un momento en que se enamora de una mu- chacha del pucblo y me huye, recompensando mi confianza con una decepciom sistemática! ;Me abandona por ella! ¡ Satisface sus caprichos antes de los derechos que á su anmor tiene su madre, ol- vidando lo que debe á su respeto, á su reeonoci- miento!... ¿No es esto un ultraje?

¡Miss Dartle! esclamé con enojo.

Rosa Dartle pretendió calmarla de nuevo.

- No, no, Rosa, silencio. Si él puede sacrifiearlo todo por un capricho, tambien yo puedo y debo consagrar todo á un fin mas noble. Que se vaya donde quiera, con las rentas que ha sabido darle mi cariño. Si tiene la intencion de salir vencedor merced á una larga ausencia, conoce mal ái su madre! Que abandone su capricho y que vuelva pronto á mi lado y será bien recibido. Pero si tar- da, no volverá junto á mi mientras yo pueda pro- nunciar una palabra, ó hacer un ademan para re- chazarlo, á no ser que se cche humildemente á mis plantas y me pida perdon. Estoy en mi dere- cho; eso es lo que nos separa... y ¿no es tambien un ultraje para una madre? añadió mirando á Mr. Peggoty con el mismo aire de orgullo.

Mientras que la madre pronunciaba aquellas pa- labras, se me figurala ver y oir al hijo, que las arrostraba impasible. Hallaba. en ella la obstina- cion y altiva voluntad que le habia visto á él; el conocimiento que lenia de la energia mal dirigi- da del uno, me revelaba tambien el carácter del otro.

Entonces se dirigió á mí, con un aire mas cir- cunspecto, para decirme que era inútil que la dije- sen mas, y me suplicaba que pusiese término á la