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DAVID COPPERFIELD.

vino se empeñó en darme un vaso con un bizcocho para que trincara con ellos á la confusion de Brooks de Sheffield.

Acogióse el tal brindis con sonoras carcajadas que excitaron mi hilaridad, y tanto yo como los otros mostramos gran alegría.

Fuimos en seguida á dar un paseo por los pericuetos, bajamos al poco rato y fuí confiado á un marinero que me enseñó la embarcacion bien y perfectamente. En la chaqueta del marinero habia escrito con gruesos caracteres la palabra Alondra, nombre que al principio creí era el suyo, porque como vivia á bordo no tenia ninguna puerta en que escribirlo, como los propietarios de casas en Inglaterra, pero me dijo que aquel nombre era el del yacht.

Durante todo el dia reparé que Mr. Murdstone era mas formal y sério que sus dos amigos, con quienes se encerró por algun tiempo en el camarote del barco. La verdad es que los otros dos estaban sumamente alegres, complaciéndose sobre todo en reirse cuando se dirigian á Mr. Murdstone; aun una vez Mr. Pasnidge y Mr. Quinion se guiñaron el ojo al mirar á Mr. Murdstone, como si hubieran querido burlarse de su aire formal y reservado. Con efecto, Mr. Murdstone solo se rió de buena gana una vez, con motivo de la pulla que él mismo habia lanzado contra Brooks de Sheffield.

Regresamos temprano : mi madre volvió á trabar conversacion con Mr. Murdstone á lo largo de la empalizada; en seguida, así que se marchó, preguntóme que habia hecho. Contéle todo, y mamá se rió al oir que la habian llamado encantadora viuda y seductora mistress Copperfield, sin dejar por eso de decir que aquellos caballeros habian estado un poco ligeros; á mí se me figuró que á pesar de su reflexion estaba encantada de la lisonja. A mi vez le pregunté quién podria ser Brooks de Sheffield. No le conocia mi madre, y supuso que seria algun fabricante de hierro que habitaria aquella ciudad manufacturera.

Unos dos meses despues de esto, poco mas ó menos, Peggoty me dirigió una cuestion aventurada que voy á dar á conocer á mis lectores.

Nos hallábamos sentados ella y yo en la sala; mi madre habia salido, como le sucedia cada vez con mas frecuencia, y nos veíamos reducidos á la costura de Peggoty y al libro de los cocodrilos, cuando despues de abrir la boca varias veces sin acertar á hablar, la pobre chica me dijo al fin con un tono cariñoso :

— David, querriais venir á pasar quince dias conmigo en casa de mi hermano, en Yarmouth? Veriais cómo os divertiais.

— ¿Es agradable vuestro hermano? la pregunté.

— ¡Oh! ¡ya lo creo! exclamó Peggoty juntando las manos; ademas allí hay una playa, barcos, pescadores y mi sobrino Cham que jugará con vos.

Tan larga lista de placeres en perspectiva me sedujo.

— Pero ¿qué dirá mi madre? pregunté.

— Apostaria, replicó Peggoty fijando en mí una mirada escudriñadora, que os dejará venir. Así que vuelva le hablaré, si quereis.

— ¿Y qué va á hacer durante nuestra ausencia? me pregunté poniendo los codos en la mesa para argumentar; no puede vivir sola.

Peggoty hizo como que tenia un punto que coger en su media, y yo tuve que repetir la pregunta.

— ¡Ah! respondió al fin, precisamente debe pasar quince dias con mistress Grayper, ¿no lo sabíais? Mistress Grayper reunirá en su casa una escogida sociedad.

— Si es así, estoy dispuesto á partir, respondí, y ya empiezo á impacientarme de su tardanza, porque deseo saber cómo acogerá la proposicion.

Menos sorprendida de lo que me esperaba, mi madre no hizo ninguna objecion, y aquella misma noche quedó arreglado el viaje.

No tardó en llegar el dia de la marcha, momento esperado con una especie de fiebre, pues temia que algun terremoto ó cualquiera otra catástrofe viniera á echar por tierra todos mis proyectos.

— ¡Ah! cuando tenia tal prisa de alejarme de nuestra casa no sospechaba ni remotamente lo que pasaria allí en mi ausencia.

Recuerdo con placer cuando se detuvo el carricoche del ordinario delante de nuestra puerta; mi madre me besó cariñosamente antes de que yo subiera á él. Víla que nos seguia con sus miradas : de repente llegó Mr. Murdstone y se me figuró adivinar que la aconsejaba que no estuviese triste. Peggoty, que miraba como yo, participó de mi descontento por semejante intervencion, y lo noté perfectamente al volverse hácia mí con aire de despecho.

Permanecí un momento soñando sin apartar la vista de Peggoty, y diciéndome que si la jóven tenia la mision de extraviarme como el hijo del cuento de las hadas, podria encontrar otra vez mi camino, imitándole y dejando caer de trecho en trecho algunos botones.