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DAVID COPPERFIELD.

- Y yo, tia mia, exclamé, ¿ereo que serviré para algo?

- ¿Sentar plaza de soldado ó de marinero? ¿ no es esto? No quiero oir hablar de tal cosa; sereis um proctor, y nada mas que un proctor, sabedlo. Nada de calaveradas.

- ¿ Vuestra casa está alquilada por mucho tiem- po? preguntó Inés.

- Habeis tocado la cuestion, querida mia, res- pondió mi tia, todavia quedan seis meses, y no creo posible alquilarla; lo mejor es quedarse hasta el fin, y buscar un cuarto para Dick en los alrede- dores.

Creí deber prevenir á mi tia de los enojos que iba á tener con mistress Crupp; pero ella allanó todo esto, diciendo que á la primera declaracion de hostilidades estaba resuelta á asombrar á mistress Crupp para el resto de sus dlias.

Iba á participarla una idea que me ocurrió, cuando llamaron á la puerta.

- Estoy por asegurar, dijo Inés palideciendo, que es mi padre : me prometió que vendria å bus- carme.

Abri y con Mr. Wickfield entró Uriah; hacia bastante tiempo que no veia á Mr. Wickfield; por preparado que estuviese á verle cambiado fisica- mente, y lo estaba mucho, me asombró extrema- damente la especie de servilismo con que aquel hombre aun distinguido, à pesar de su funesta cos- tumbre de falta de sobriedad, se sometia á la baje- za encarnada en Uriah Heep. Si hubiera visto un mono mandando á un hombre, no me hubiera cho- cado mas.

Parecia tener la conciencia de aquella degrada- cion, y fué preciso, para que irguiese su cabeza humillada, que su hija le hiciese volver en si, di- ciéndole:

- Padre mio, aqui tencis á miss Trotwood y á su sobrino, i quienes no habeis visto hace tiempo.

Tendió entonces la mano á mi tia, y luego á mí con cierta turbacion.

Noté en la fisonomia de Uriah una sonrisa sinies- tra, que no pasó desapercibida á los ojos de Inés, pues la jóven relrocedió estremeciéndose.

Desafio á todos los fisiólogos del mundo á que hubicsen podido leer lo que revelaba el rostro de mi tia, y sobre todo lo que o revelaba aparente- mente.

Uriah se debió engañar, pues creyéndose autori- zado despues de los primeros cumplidos, á meter baza en nuestra conversacion de familia, mi tia no se dignó responderle, y cuando él quiso ofrecerla sus servicios, en nombre de su socio y el suyo, le respondió:

- Muchas gracias, Mr. Uriah lleep; pero me asustais con vuestra pantomima; esas contorsiones convulsivas no son propias de un hombre, sino de una anguila; sed lo uno ó lo otro, señor mio.

Aquel exabrupto anonadó á Uriah, que en vez. de replicar directamente, me dijo en voz baja:

- Afortunadamente sé, Mr. Copperfield, que vuestra tia es una excelente señora, y su vivacidad, que ya conocia cuando era un humilde pasante, no me hará olvidar las consideraciones debidas á su situacion actual, no es esto, mi querido socio ? añadió volviéndose hácia Mr. Wickfield. Espero que harcis lo mismo que yo, si os dejo solo para representar la casa, pues me tengo que ausentar á uma eita. Adios, miss Inés, soy vuestro servidor, Mr. Copperfield, y vos miss Betsey Trotwood, ten- go la honra de saludaros.

Al decir estas palabras, bajo pretexto de diri- girnos la mas afectuosa reverencia, puso su desco- munal mano para mirarnos delante de su cara.

Libres de semejante huesped, pasamos una hora ó dos hablando de nuestra vida feliz de Canlor- bery.

Mr. Wicklield, no sufriendo ninguna influencia de aquel infame, volvió á ser lo que antes fué, a pesar de un resto de melancolia, que le hacia exha- lar un suspiro de vez en cuando, y exclamar:

- ¡A Dios plugiera que volviésemos á aquellos tiempos !

Acompañé al padre y á la hija al hotel de Lón- dres, donde se habian apeado, y á donde, felici- dad extrema, Uriah, detenido por sus quehaceres, no llegó sino muy tarde, despues de haber comido. los tres juntos. Ah! ;con cuinta solicitud trataba Ines á su padre!; qué consejos me daba! ;con qué modesta confianza me alentaba en mis resolucio- nes! ; Qué cjemplo sobre todo para la debilidad de mi carácter, con su firme y tranquila resigna- cion!

Me complazeo en consignarlo aquí : si alguna vez en mi vida he dado prucbas de ánimo y de pa- ciencia, á Inés, á Inés sola corresponde todo el mérito.

Mientras que Mr. Wicklield dormia un rato des- pues de comer, encima del sofá, tuvimos una deli- ciosa conversacion junto á la ventana. Inés me