Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/243

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

231
DAVID COPPERFIELD.

querida niñera tuvo que regresar á su casa para cumplir lo que habia prometido respecto á Cham.

- Adios, pues, Barkis, le dijo mi tia; conser- vaos bien. Jamás hubiera creido que me fuera lan sensible nuestra separacion.

Acompañé á Peggoty al despacho de diligeneias, y al marcharse me recomendó, entre sollozos y lågrimas, su hermano si le encontraba. Desde que se fué no habia recibido noticias suyas.

- Ahora bien, mi querido David, añadió Peg- goly, si durante vuestro aprendizaje necesitaseis dinero, ó si despues que acabeis os hiciese falta una cantidad mayor para estableceros, nadie me- jor que vuestra antigua niñera está en la obliga- cion de prestároslo.

- Si llega un dia que tenga que pedir, acudiré á vos primero que á nadie.

Semejante respuesta la consoló en parte de la pena que le causaba el que no le pidiese nada por de pronto.

- Y no os olvideis, querido mio, añadió en voz baja, decir a vuestra linda miss el placer que hu- biera experimentado viéndola un solo minuto. De- cidla que antes de que se case con vos quiero ve- nir á arreglar vuestra casa... si es que me lo per- mitis.

Prometí á Peggoly que nadie mas que ella se encargaria de tal cosa, y tan contenta se puso, que partió casi consolada de nuestra separacion.

Era un sábado, dia en que Dora volvia á casa de miss Julia.

Estaba convenido que asi que Mr. Mills fuese á su casino á jugar su partida de whist, se me adver- tiria, por medio de un signo telegráfico, que podia subir á tomar el té en compañia de las dos amigas.

A la hora señalada me hallaba en la calle, con los ojos fijos en el balcon de la sala, donde estaba convenido que eolgarian una jaula por la parte de afuera.

Como Mr. Mills echaba la siesta algunas veces despues de comer y la jaula no aparecia, hice votos al cielo para que su casino le echase una fuerte multa por no ir á la hora.

A Dios gracias salió Mr. Mills, y ví que sacaba la jaula mi misma Dora, echando al mismo tiempo un vistazo para ver si me hallaba alli : se retiró precipitadamente, dejando á Jip que ladrase á un perrazo de un cortador, capaz de habérselo tragado de un bocado.

Dora acudió á abrirme la puerta de la sala, y antes de que nos quedásemos solos ella y yo, ha- blamos los tres durante un cuarto de hora; pero ¡ay! fuerza cra hablar de lo que entristecia mi corazon, y lo hice sin el menor preparativo, pre- guntando á Dora si podria querer á um pobre.

Al oir una pregunta tan brusea, Dora se estre- meció.

La palabra pobre representaba á sus ojos un in- feliz estropeado, macilento, apoyándose en uma muleta ó con una pierna de palo, ó bien un ciego guiado por su perro, ó cualquiera otra clase de mendigo.

Miróme con un aire de agradable sorpresa.

-Qué locura ! me dijo, á qué preguntarme si querria á un pobre?

- Dora, mi querida Dora, soy un pobre.

- ¿Habeis perdido el juicio? replicó dảndome un ligero golpecito en la mano. Qué tonterias me estais contando ahi? Voy á decirle à Jip que os muerda.

Su frivolidad era la cosa mas deliciosa de este mundo; pero como era preciso ser explicito, repeti con solemnidad:

- Dora, alma mia, soy siempre vuestro David, solamente que me hallo arruinado.

- Os declaro, exclamó sacudiendo sus lindos rizos, que si seguis diciendo tonterias, hago que Jip os muerda.

Me puse tan cariacontecido, que Dora, dejando å un lado su gesto y sus amenazas infantiles, apoyó temblando su mano en mi hombro, y despues de haberme mirado con asombro empezó à llorar.

Aquella fué para mi una escena desgarradora : me eché á sus plantas, la llené de caricias, la su- pliqué que no se desolase, pero la pobre criatura no cesaba de exelamar :

-Oh! Dios mio! ¡Dios mio!.. A dónde está Julia Mills?... Llevadme á su lado! ;Dios mio! ; Dios mio!

Despues de una verdadera agonia de ruegos y protestas, Dora, reconociendo un tanto su error, dejó que la estrechara en mis brazos : le hablé de mi eterno cariño, de mi abnegacion á toda prue- ba; pero poco á poco tuve que volver á la horrible verdad : dijela que la relevalxa de su compromiso, puesto que era pobre; bien que la pobreza no la temia por mi, y si por ella; añadi que tenia ánimo para trabajar, el ánimo que inspira un cariño sin- cero; que ya habia ensayado hacerlo, que sabia por experiencia que el pan seco ganado con el su-