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DAVID COPPERFIELD.

vamos, Mr. Copperfield, teneis buen sentido y ta- lento; aceptad, pues, este arreglo.

- ¡No! imposible! Existe algo por encima del talento y del buen sentido : ; el amor! el amor está por encima de todas las cosideraciones del mun- do; jamo, idolatro á Dora, y Dora me corres- ponde!

Si mi respuesta no fué esta exactamente, al me- nos este fué el sentido, pues suavicé las palabras para no aparecer ridiculo; pero me mostré re- suelto.

- Muy bien, Mr. Copperfield, dijo Mr. Spenlow, ejerceré mi influencia sobre mi hija.

Miss Murdstone, despues de exhalar una especie de gemido expresivo, hizo observar que Mr. Spen- low debia haber empezado por aquello.

- Si, repitió Mr. Spenlow, envalentonado con semejante apoyo, ejerceré mi influencia con mi hija; tened la bondad de guardaros esas cartas... que me he dejado olvidadas encima de la mesa.

- Espero, señor, repliqué, que no hallareis que obro mal, si no las tomo de manos de miss Murdstone.

- ¿Ni de las mias? preguntó Mr. Spenlow.

- No, respondi con el mas profundo respeto, tampoco de las vuestras, por mucha consideracion que me merezcais,

- Mr. Copperfield, dijo entonces Mr. Spenlow, veo que necesitais reflexionar, ó consultar con vuestros amigos, por ejemplo, con vuestra tia, ó con cualquiera persona que sepa por experiencia lo que es la vida y el mundo. Os concedo una se- mana de plazo, y espero que no me reducireis á la necesidad de tomar, contra mi hija, ciertas pre- cauciones que serian sensibles para mi corazon de padre, pero que las dictaria el deber y la razon. Considero cuanto ha ocurrido como una niñada, locura de dos chiquillos, que se olvidará antes de mucho; si fuese lo contrario, os prevengo que no habria nada que me impidiese prevenir las conse- cuencias, cambiando los articulos testamentarios que dejan á mi hija, despues de mi muerte, la libre disposicion de mi fortuna. Esto es grave, Mr. Cop- perficld, y me complazco en creer que pensareis en ello sériamente.

Habia en aquella declaracion una serenidad tan digna, una resignacion tan conmovedora, que ver- daderamente me afectó; asi, pues, no pude negar- me å reflexionar durante una semana, y me retiré con la expresion de un amor desolado y de una constancia llevada a su último limile, que tambien debieran haber causado cierta impresion en el pa- dre; pero al retirarme, solo vi la mirada de aquella sombria y maligna miss Murdstone, que me siguió hasta la puerta, y aquella mirada me recordó las terribles humillaciones que me valieron las leeeio- nes de su hermano en su sala de Blunderstone.

Instalado en mi silla del despacho, delante del pupitre, oculté mi rostro entre las manos, y no viendo ni al viejo Tiffey, ni á los demas pasantes, permaneci una hora entera absorto por el senti- miento de la calistrofe que acababa de sucederme tan de improviso.

Maldeci de nuevo á Jip; pero en breve la situa- cion de Dora me atormentó hasta tal punto y tan exclusivamente, que no sé cómo me contuve para no correr como un verdadero loco hasta Norwood. Pude librarme algunos momentos de aquella tor- tura, escribiendo una carta delirante á Mr. Spen- low, suplicándole que no castigase á su hija. Le exponia la tímida naturaleza de Dora... pobre flor que podria agolarse al recibir un golpe demasiado violento...

En una palabra, en cuanto puedo recordar aque- lla carta, me dirigi á Mr. Spenlow, no como á su padre, sino como á un ogro, ó al famoso dragon de Wantley. Cerré mi epistola y la dejé encima de su mesa antes de que él llegase. En seguida le vi por el quicio de la puerta de suI gabinete, que la abria y la leia.

No me habló de lal cosa hasta por la noche; antes de dejar el estudio, me llamó para decirme que no debia inquictarme por la felicidad de su hija.

«La he asegurado, añadió, que todo lo ocurrido era una tonteria sin consecuencia, y ya no tengo que decirle nada mas respecto al particular. Creo que soy un padre indulgente- (y en efecto lo era); podeis estar tranquilo y ahorraros toda soli- citud, Mr. Copperfield... Aun una palabra. Espero que no me obligareis á enviar á mi hija otra vez á Francia ó á otra parte. Dentro de algunos dias sereis mas razonable. En cuanto á miss Murdstone (pues hablaba de ella en mi carta), aprueho su vigilancia; pero la he encargado callarse respecto i esto, que quiero que se olvide completamente, y vos el primero, Mr. Copperfield.»

¡Olvidar á Dora, yo el primero! qué amargo sar- casmo. Me apoyé principalmemte en aquella frase de Mr. Spenlow, al eseribir aquella misma noche