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DAVID COPPERFIELD.

- Me place mucho oiroslo decir!

- En verdad, continuó, que å no haberme ju- rado la última vez que cenamos juntos en Lón- dres, que la letra D era vuestra favorita, creeria que prefeririais la I.

Hay ecos que revelan de repente sentimientos que experimentamos en un pasado tan lejano, que creeriamos gustosos haber recorrido otras veces lodas las fases de una primera existencia, ó haber traido á este mundo algunas reminiscencias vagas é indefinidas de otro mundo. Estas palabras de Mr. Micawber me turbaron del mismo modo que la impresion misteriosa á que me refiero.

Para cambiar de conversacion, le hablé á Mr. Micawber de su propia familia, y, por vez primera, tambien sobre este capitulo se expresó con muchi- sima reserva. Por último, durante el dia habiendo visto á mistress Micawber un momento, noté que se quejaba de que su marido usaba con ella reli- cencias que herian, á su modo de ver, tlodas las conveniencias conyugales.

Al separarme de Mr. Micawber, subi al piso principal, y penetré, sin que me anunciaran, en el cuarto de Inés, que, sentada á su mesa, junto al fuego, se hallaba escribiendo.

Levantó la cabeza y me vió.

¡Qué felicidad ser causa del cambio que se operó en aquel rostro, que acababa de sorprender sério y preocupado, y que al verme se animaba con una sonrisa de emocion y de placer!

- ¡Inés, le dije poniéndome á su lado, si vie- rais cuánto os he echado de menos últimamente!

- ¡En verdad! replicó ella, ¿tan pronto y siempre?

Meneé la cabeza y añadí :

- No sé cómo, Inés, pero se me figura que estoy privado de una de las facultades intelectuales que tiene todo el mundo. Pensabais por mi tan generalmente en nuestros primeros tiempos tan risueños; acudia á vos á pediros tan naturalmente consejo y apoyo, que probablemente asi he perdido la ocasion de adquirir ó ejercer esta facultad.

- ¿Pero cuál? preguntó Inés riendo.

- No sé cómo denominarla. Creo ser sério y perseverante.

- Tambien lo creo yo, dijo Inés.

- Y tambien creo tener calma, Inés, proseguí no sin cierta perplejidad.

- Lo que es eso es verdad, replicó riendo.

- Y sin embargo me conceptúo tan desgraciado y atormentado, estoy tan indeciso, que debe fal- tarme... confianza en mi mismo, una voluntad ó fuerza moral... si puedo decirlo asi.

- Llamadlo como querais, dijo Inés.

- Por ejemplo, prosegui, mirad : venis á Lón- dres, tan luego como me confio á vos, renace mi esperanza. Las circunstancias no han cambiado desde que he entrado aqui, y sin embargo puedo decir que siento que soy otro... Esto es hijo de una influencia... ¿ Cuál? Decidme vuestro seereto, Inés.

La jóven bajó la vista y miró al fuego.

- Siempre lo mismo, añadi... No os riais si pretendo que lo mismo que me sucedia para las cosas mas pequeñas me pası hoy para las mayo- res : mis antiguos pesares eran niñerias, los de ahora son sérios; eada vez que me alejo de mi hermana adopliva...

Inés alzó la vista... ah! qué ojos tan divinos! alargóme su mano, que besé diciendo :

- Siempre que no os he tenido por consejera y no os he pedido vuestra aprobacion antes de em- prender una cosa, los disgustos y dificultades me han asaltado hasta casi volverme loco. Cuando por último me he dirigido á vos (pues siempre he aca- bado por ahi) he sentido renacer la paz del alma y la felicidad. Hoy mismo, sin ir mas lejos, me com- pararia á un viajero que distingue en lontananza su hogar y se dispondria á descansar de todas sus fatigas.

Sentia tan vivamente lo que decia, tan afectado me hallaba, que la voz espiró en mis labios; oculté la frente entre mis manos y prorumpi en llanto.

No escribo mas que la verdad.

Por contradicciones, por inconsecuencias que haya en mi, como en todos los demas hombres, å pesar de lo que habia hecho hasta entonces, por sordo que hubiese permanecido á la voz de mi propio corazon, no sospechaba mi error; lo único que sabia era que lo creia positivamente al repetir á Inés que experimentaba á su lado la calma de la verdadera felicidad.

No tardó en calmar mis lágrimas, y me obligó i contarle todo cuanto me habia sucedido desde nuestra última entrevista.

- Sí, dije al terminar mi confidencia, mi único apoyo sois vos, Inés.

- No, amigo mio, respondióme con una sonrisa fraternal, vuestro sosten debe ser otra persona que no yo.