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DAVID COPPERFIELD.

decision, todas vuestras nobles cualidades, en fin... es demasiado presuntuoso de mi parte dudar de vos ó querer dirigiros; pero sabeis cuánto os esti- mo y todo lo que os debo... Prometedme, Inés, no sacrificaros jamás ante un sentimiento erróneo del deber.

Mas conmovida de lo que la habia visto hasta entonces, retiró su mano de entre las mias y dió un paso atrás.

Continué :

- Decidme, Inés, que jamás os ha asaltado un pensamiento semejante : sois para mi mas que una hermana ! pensad lo que valen un corazon y un amor como el vuestro.

¡Ah! mucho, muchisimo tiempo despues, volví á verla tal como entonces me miró, sin dejar esca- par una palabra de sorpresa, de acusacion, de re- proche...

¡Ah! mucho, muchisimo tiempo despues, volvi á verla que me dirigia aquella rápida é indefinible mirada, y recobrar en seguida su angelical sonrisa al decirme :

- Si no temo nada... tranquilizaos... Adios, hermano mio! y en seguida retirarse de mi lado.

A la mañana siguiente cuando monté en la dili- gencia aun no era de dia... aun no se habia dado la señal para partir.

Entre la noche que espiraba y el alba que nacia, vi aparecer sobre mi cabeza la de Uriah.

- Copperfield, me dijo suspendiéndose á la cor- rea del imperial, he creido que os encantaria saber antes de parlir que nos hemos reconciliado. He ido á su cuarto tempranito y hemos arreglado el asun- to. Porque, aunque me veis lan humilde, le soy de gran utilidad, y comprende sus intereses cuando no se halla bajo el influjo del licor. Es un hoombre sumamente amable, despues de todo, Mr. Copper- licld. Hice de tripas corazon para decirle que me alegraba que hubiese dado una salisfaccion á Mr. Wickfield.

- ¡Oh! seguramente, respondió. Cuando uno es humilde, ¿qué vale dar una satisfaccion?... es tan fácil... Ah ! aun otra cosa, Mr. Copperfield, á propósito de lo ocurrido : supongo que alguna vez en vuestra vida habreis cogido una pera antes de que estuviese madura.

- Bien puede ser.

- Pues bien, replicó Uriah, eso me pasó ayer noche. Pero aun puede madurar... solo se trata de saber esperar... esperaré.

Pródigo de sus adioses, no echó pié á lierra hasta que el mayoral chasqueó el laitigo.

Al ver el gesto que hizo, hubiérase dicho que ya tenia la pera entre sus dientes.

XVI
MI TIA.

La noche en que volvi á Lóndres, tuvimos una conversacion muy séria sobre los sucesos domésti- ticos que he relatado en el capitulo anterior. Mi tia se interesó vivamente, no acostándose hasta despues de haber paseado su habitacion durante tres horas, con los brazos cruzados.

Cuando estaba conmovida, inquieta, era su mo- do de manifestarlo, y su preocupacion podia fijarse segun el tiempo que duraba estle monótono ejerci- cio, que hacia con un paso infatigable y con la re- gularidad de un cronómetro.

Entretanto, y siguiendo el consejo de Inés, es- eribi la carta á las tias de Dora, y cuando se sentó, se la lei, mereciendo su aprobacion. A la mañana siguiente envié mi carta y esperé la contestacion, que se hizo desear una semana entera. Felizmente, si esta contestacion no era la que hubiese deseado despues de ocho dias de paciencia... ó impaciencia por mejor decir... no me quitaba tampoco toda esperanza.

Las dos ancianas señoritas presentaban sus sa ludos á Mr. Copperfield, y le comunicaban que habian reflexionado mucho tiempo sobre su carta, para la felicidad de ambas parles, lo que me pare- ció una espresion alarmante. Habia notado, (y lo he vuelto á notar despues) que las frases conven- cionales son una especie de fuego artificial suscep- tible de tomar múltiples formas y colores, que no se esperaban al ver su forma primitiva.

Las señoritas Spenlow añadian, que solicitaban indulgencia por no cmitir, por correspondencia, una opinion sobre la carta de Mr. Gopperfield; pero que si Mr. Copperfield queria honrarlas con su visita, en compañia de un amigo confidencial, de su eleccion, se considerarian dichosas en tratar este asunto.

Mr. Copperfield contestó inmediatamente á esta