Fuí con Emilia á la orilla del mar.
Mr. Peggoty halló que la idea era profunda, pues reflexionó un poco antes de responderme.
— No fuí yo, sino su padre, mi hermano José.
— ¡Cómo! ¡Cham no es hijo vuestro!.... ¿Y vuestro hermano ha muerto? continué con cierto respeto.
— Murió ahogado, dijo Mr. Peggoty.
— Y Emilia, ¿esa sí es hija vuestra? continué mirándole al mismo tiempo.
— No, es hija de mi cuñado Tom.
— ¿Y vuestro cuñado ha fallecido tambien?
— ¡Ahogado! volvió á responder Mr. Peggoty.
Pero mi curiosidad no se paró ahí, y continué diciendo :
— ¿No teneis hijos, Mr. Peggoty?
— No, soy soltero.
— ¿Y quién es esta señora? proseguí señalando á la mujer del delantal blanco.
— Es mistress Gummidge.
Al llegar aquí, mi buena Peggoty intervino con un gesto tan significativo, que me ví obligado á suspender las preguntas, y cuando me fuí á acostar á mi camarote, mi criada me dijo que su hermano, el hombre mejor de la tierra, no ponia cortapisa en su casa á ningun motivo de conversacion, excepto al que podia obligarle á contar uno de los tres actos de su generosidad, á saber : la adopcion de Cham, su sobrino huérfano; de Emilia, tambien huérfana, y el haber recogido á mistress Gummidge, la viuda de su socio. Todos tres, á no ser por él, hubieran tenido que implorar la caridad pública.
Conmovióme tanta bondad. Peggoty me dijo asimismo que dormiria en otro camarote á proa del barco, en compañía de mistress Gummidge y de Emilia. En cuanto á su hermano y Cham suspendian por la noche dos hamacas de los garfios