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DAVID COPPERFIELD.

- Hermana Clarisa, observó miss Lavinia, me parece que no debemos recordar ese asunto en estos momentos.

- Hermana Lavinia, contestó miss Clarisa, esto forma parte del asunto en cuestion; en cuanto á la parte del citado asunto en que sois la sola compe- tente, me abstendré de toda observacion; conti- nuad.

Cuando miss Clarisa hubo hecho su saeudida de cabeza, miss Lavinia tomó la palabra, fijando su vista en mi carta.

Añadiré, entre paréntesis, que las dos hermanas tenian los ojos pequeños, redondos y brillantes, guiñando como los ojos de un pájaro. Bien es ver- dad que toda su persona lenia parecido con un pájaro; cstudiando sus bruscas maneras, su modo de componerse despues de cada movimiento, las comparé yo mismo á dos canarios.

Miss Lavinia continuó de este modo :

- Pedis el permiso á mi hermana Clarisa y i mi, Mr. Copperlield, para visitarnos como el pro- metido de nuestra sobrina.

- Si á nuestro hermano Francisco, interrumpió aun miss Clarisa, no le gustaba estar rodeado mas que de los Doctor's Commons, ¿qué objeccion podia- mos hacer nosotras? Continuad, hermana Lavinia, añadió despues de esta salida contra la sociedad de su hermano, que no traté de justificar, á pesar de pertenecer yo mismo á la corporacion que excitaba tan profundo rencor. Miss Lavinia continuó :

- Mr. Copperfield, mi hermana Clarisa y yo, hemos examinado y pesado escrupulosamente to- das las palabras de esta carta, y hemos acabado por enseñársela á nuestra sobrina, para discutir con ella. No dudamos que no pensareis amarla mucho...

- Si lo pienso, ah!... exclamé con efusion...

Miss Clarisa me dirijió una mirada (de pájaro, de canario), como rogándome que no interrum- piese al oráculo.

- La afecciom, continuó miss Lavinia, solici- tando con sus miradas la aprobacion de miss Cla- risa, que se la concedió con un signo de cabeza despues de cada frase,-la afeccion madura, el rendimiento de un corazon adicto, no se prueba fäcilmente. Su voz es débil; es modesta y timida; se oculta esperando la oportunidad y espera siem- pre. Tal es el fruto maduro. Algunas veces se aca- ba la vida y lo encuentra aun madurando en se- creto, á la sombra.

Naturalmente, no sabiendo entonces lo que supe despues, no comprendi esta alusion á la supuesta pasion del infortunado Pidger; pero, por la grave- dad con que miss Clarisa sacudió su cabeza, adi- viné que estas palabras tenian mucha importancia.

- La inclinacion ligera, conparativamente, si, la inclinacion ligera de los jóvenes, prosiguió iss Lavinia, no es mas que el polvo comparado i la roca. La dificultad de saber si una inelinacion se- mejante puede ser duradera ó tiene algun funda- mento real, es la que nos ha tenido algun tiempo indecisas á mi hermana y á mí...

Finalmente, descubria una esperanza en lo que habia creido adivinar del carácter de las dos her- manitas. Seguramente se prometian, miss Lavinia sobre todo, una verdadera dicha doméstica, vigi- lando á dos jóvenes amantes como Dora y yo... Esto me dió el valor necesario para protestar de la vehemencia de mi amor, invocando el apoyo de mi tia, de Inés, de todos los que me trataban y de Traddles alli presente; de Traddles, que acalorin- dose como en nuestros debates parlamentarios, proclamó la sinceridad y el ardor de mi cariño, con un argumento que produjo una impresion fa- vorable :

- Hablo, dijo en su peroracion, como hombre que tiene alguna experiencia, pues comprometido yo mismo con una jóven, hermana de otras nueve jóvenes en el Devonshire, no preveemos todavia una pronta conclusion de nuestro mútuo afecto.

- En ese caso, Mr. Traddles, observó miss La- vinia, tomando un visible interés por él, podeis confirmar lo que he dicho de la afeccion modesta y timida que espera siempre.

- Completamente, señora, completamente, dijo Traddles.

Miss Clarisa miró á miss Lavinia y volvió á sa- cudir su cabeza gravemente. Miss Lavinia lanzó un angustioso suspiro.

- Hermana Lavinia, dijo miss Clarisa, tomad mi pomito de sales.

Miss Lavinia aspiró los aromas del vinagre para reanimarse, y, conmovida por la solicitud que Traddles y yo manifestábamos, dijo con un acento tembloroso :

- Aprobais, pues, Mr. Traddlles, que mi her- mana y yo sometamos esta inelinacion á una pru- dente prueba. Con este fin, estamos dispuestas á recibir las visitas de Mr. Copperfield.

-¡Ah! señoritas, exclamé yo sintiéndome libre