Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/268

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

256
DAVID COPPERFIELD.

sugerir á mi antiguo maestro, sin parecer indis- creto.

Inés y su padre vinieron juntos, y no me admiró ver llegar cuarenta y ocho horas despues à Uriah Heep y su madre, euyo reuma exigia un cambio de aires, y que bajo tal pretexto se cstablecieron en la agradable vecindad del doctor.

Pero, á pesar de esto, pude aprovechar del per- miso que miss Lavinia me concedió para presen- larles á Inés, llevándola un sábado á tomar el té.

Estaba enorgullecido é inquieto á la vez : enor- gullecido por presentar á mi linda prometida, in- quieto por saber si Inés la encontraria de su agrado.

No estaba en el salon, y fui á buscarla; al pron- to me dijo que no queria acompañarme, porque temia desagradar á Inés, cuyas perfecciones le ha- bia ponderado tanto, y cuando consintió en pre- sentarse, se puso tan pálida, que conoci que su miedo era verdadero. Pero luego que vió la dulce atraccion del rostro de Inés, aquella bondad natu- ral, arrojó un ligero grito de sorpresa y placer y no titubeó en rodear con sus brazos el cuello de Inés.

Fué un momento de suprema felicidad para mi contemplar aquellos dos roslros, el uno al lado del otro, cambiando miradas de tierna y cordial amistad.

Miss Lavinia y miss Clarisa dividieron mi alegria á su manera; qué deliciosa compañia alrededor de la mesa del té!

Miss Clarisa presidia, y yo era el encargado de distribuir los pasteles con anis... pues las dos her- manas tenian un gusto de pájaro por estas golosi- nas. Miss Lavinia tenia un aire de afable proteccion, como si nuestros felices amores fuesen exclusiva- mente obra suya.

En fin, todos estábamos contentos.

La sencilla alegria de Inés se comunicaba i to- dos los corazones; la interesaba todo lo que inte- resaba á Dora; trabó al momento amistad con Jip, que no se mostró hostil, sino que por el contrario le lamió las manos, y Dora, animada por su gra- ciosa modestia, le hizo una confidencia espontánea, diciendo :

- ¡Temia tanto que no me amascis, y lenia lanta necesidad de ser amada por alguien, ahora que Julia Mills ha partido!

Y á propósito, habia olvidado mencionarlo; miss Julia Mills se embarcó en un navio de la Compañia de Indias, en Gravesend, donde Dora y yo la deja- mos, con un nuevo album debajo del brazo... para consignar sus impresiones en el Océano.

- Veo, respondió Inés, que David ha hecho de mi un retrato que prometia poco.

- Al contrario, dijo Dora, precisamente porque su opinion respecto á vos era muy elevada, era mas grande mi temor.

El coche que debia conducirnos á llighgate es- taba á la puerla. En tanto que Inés se ponia el sombrero, Dora se acercó á mi furtivamente y antes de darme el último adios :

- ¿No pensais, me dijo, que si hiciese mas tiempo que tuviera á Inés por amiga, podria valer mas de lo que valgo?

- Querida mia, ¿qué absurdo me decis?

- ¿Creeis que sea un absurdo? ¿estais seguro? añadió Dora sin mirarme.

- Sin duda.

- He olvidado preguntaros, mal muchacho, qué parentesco existe entre Inés y vos.

- Ninguno; pero fuimos criados juntos, como. dos hermanos.

- ¿Cómo habeis podido enamoraros de mi? me preguntó Dora.

- ¿Podia, por acaso, veros sin enamorarme?

- Supongamos que no me hubieseis visto nunca.

- Supongamos que no hubiésemos nacido nun- ca, dije yo alegremente.

Pero aunque no olvidó su tierno beso de prome- tida, no pude disipar con estas contestaciones no sé qué pensamientos que preocupaban á Dora toda- via, cuando Inés se acercó para despedirse

- Nos escribiremos, es verdad? se dijeron.

- Si, pero... añadió Dora, no sereis muy severa sobre el estilo de mis carlas.

Inés se contenló con sonreir, y se abrazaron por segunda vez, como si se hubiesen amado desde la infancia.

¡Con qué placer, desde Putney hasta Highgate, escuché los elogios que Inés hacia de Dora, hacien- do sobresalir todos sus atractivos, su inocencia, su simpatia, su inexperiencia de la vida real! ;Estos elogios me recordaban los deberes de confianza que debia cumplir respecto de la pobre huérfana!

Nunca, no, nunca he amado á Dora tan profun- damente, con tanta sinceridad como esta noche.

Así se lo manifesté á Inés cuando nos bajamos del coche para llegar por un sendero conocido á casa del doctor: