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DAVID COPPERFIELD.

- Cuando estabais sentada á su lado, Inés, me pareciais mas bien su ángel bueno que el mio, y lo sois aun en este momento.

- Un pobre angel, pero fiel, dijo Inés.

El vibrante acento de su voz me hirió en el alma y la dije :

- Esa dulce influencia, que solo os pertencce, es tal, que no puedo menos de pensar que sois mas dichosa en la casa patera.

- Soy mas dichosa en mi misma, respondió ella; me siento el corazon mas desahogado.

Miré la fisonomia serena que levantaba hacia el cielo, y creo que era el reflejo de las estrellas lo que la ennoblecia de tal modo.

- Pero, no ha habido ningun cambio á vues- tro alrededor? le pregunté.

- Ninguno.

- No quisiera ocuparme de un asunto penoso y delicado, Inés; perdonadme, pnes, si deseo sa- ber si ha sido cuestion nuevamente... de lo que hablamos cuando mi último pasaje por Cantorbery.

- No, respondió Inés.

- He pensado en ello con mucha frecuencia.

- Debeis pensar menos. Acordaos que tengo confianza en el triunfo final de la sincera afeccion y de la verdad... No temais por mi, Trotwood ; el sacrificio que temeis realice, no lo haré nunca.

Aunque en mis reflexiones mas tranquilas no lo hubiese temido, tal vez, realmente jamas... era para mi un gran consuelo recibir esta seguridad de sus labios.

- Y despues de esta visita, le dije, porque es probable sea la única ocasion en que estemos solos, ¿cuánto tiempo trascurrirá antes de que volvais á Lóndres, Inés?

- Seguramente mucho tiempo, pues creo que es mejor para mi padre el que permanezca en su casa... pero pretendo ser el fiel corresponsal de Dora, y nos comunicaremos con frecuencia por esta intermediaria. Adios, pues (estábamos ya en la puerta del doctor), adios! no os atormenteis por nuestros infortunios y disgustos. Puedo aum ser feliz con vuestra propia felicidad... y si podeis algu- na vez socorrerme, ¡confiad en que recurriré á vos!

Estas últimas palabras no contribuyeron á tran- quilizarme, relativamente á Inés, y me las repetia yo mismo en voz baja, cuando me veia obligado á soportar la importuna asiduidad de Uriah y de su madre, que no quisieron volver á Cantorbery an- tes de Mr. Wickfield.

XVII
NUEVO RESÚMEN RETROSPECTIVO.

Otra vez voy á recapitular los sucesos dle una época memorable de mi vida.

Me pondré á un lado para ver desfilar los fan- tasmas de esta época, escollando mi propio espec- tro, en una sombria procesion.

Semanas, meses, estaciones, aos, todo pasa ri- pidamente.

Se crecria haber disfrutado de un dia de prima- vera, despues de una velada de invierno, y ya la pradera de Putney, donde me paseé con Dora, esti llorida, hecha un verdadero campo de oro... ya la eubre la nieve; un soplo habia devuelto al Táme- sis sus ondas que brillan reflejando el sol, y un so- plo las ha encadenado nuevamente.

Durante esta rápida sucesion de la primavera, el estio, el otoño y el invierno, nada ha cambiado en casa de las dos señoritas-pájaros.

El reló está sohre la chimenea, el barómetro permanece colgado en el vestibulo, ni el reló, ni el barómetro marcan correctamente las horas y las variaciones almosféricas, pero no por eso deja- mos de creer devolamente en el uno y en el otro.

He llegado á la edad legal del hombre; he cum- plido mis veintiun años, pero esta es una dignidad que puede adquirirse sin hacer nada; veamos lo que he alcanzado por mis propios esfuerzos.

Poseo al fin el seereto del dificil arte de la taqui- grafia, y me he formado por este medio, uma pequeña renta.

Soy renombrado por mi habilidad, y en colabo- racion con once de mis compañeros, traduzco los debates del parlamento para un periódico de la mañana.

Todas las noches de la semana recojo y redacto las predicciones que nunca se rcalizan, las profe- siones de fé de las que se hace poco caso, las explicaciones euyo fin principal es el engaño.

Estoy anegado en un mar de frases, y me en- cuentro muy atrás de los bastidores para ignorar lo que vale la comedia; ateo en politica, no me convertiré jamas.