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DAVID COPPERFIELD.

de hierro cuyo uso no habia adivinado en un principio. Me dormí al ruido del viento y de las olas, preguntándome si el mar no podria hacernos zozobrar de repente; pero me hice la siguiente reflexion : « Estamos en un buque, y Mr. Peggoty es un buen piloto que tenemos á bordo. »

Me desperté á la mañana siguiente sin que hubiese sucedido el menor accidente. Así que brilló el primer rayo de sol en el espejo con marco de conchas, me eché de la cama y fuí con Emilia á la orilla del mar á coger chinitas.

— ¿Sois lo que se llama un marinero, supongo? dije á Emilia creyendo dirigirla un cumplido.

— No, respondió Emilia meneando la cabeza, tengo miedo al mar.

— ¡Miedo! añadí con aire arrogante y mirando con unos ojazos tamaños al Océano; pues yo no tengo miedo.

— ¡Ah! el mar es terrible, replicó Emilia. Le he visto sin piedad para algunos de nuestros marineros. Le he visto deshacer en pedazos un barco tan grande como nuestra casa.

— Espero que no seria él en que...

— ¿El barco en que se ahogó mi padre? No, dijo Emilia. No fué ese, jamás lo ví.

— ¿Ni á él? pregunté.

Emilia respondió tristemente:

— No lo bastante para acordarme.

Entre ella y yo existia esa coincidencia. En seguida la conté cómo no habia yo conocido nunca á mi padre; cómo mi madre y yo habíamos vivido hasta entonces en una envidiable felicidad, cómo la tumba de mi padre se hallaba en el cementerio al lado de nuestra casa, bajo la sombra de un árbol en cuyas ramas habia oido cantar los pájaros con frecuencia, etc., etc.; pero existia alguna diferencia entre la suerte de Emilia y la mia : ella perdió su madre antes que su padre, y nadie sabia á donde estaba la tumba de su padre, puesto que habia desaparecido en los abismos del Océano.

— Ademas, me dijo Emilia al mismo tiempo que recogia chinitas y conchas, vuestro padre era un caballero y vuestra madre es una señora, mientras que el mio era un pescador y mi madre hija de un pescador tambien, lo mismo que mi tio Daniel.

— ¿El tio Daniel será sin duda Mr. Peggoty? la pregunté.

— El que vive ahí, respondió Emilia indicando con el dedo la casa-embarcacion.

— Justo, el que quiero decir. Es muy bueno, ¿verdad?

— ¿Que si es bueno? replicó Emilia, como yo fuese una dama le regalaria un frac azul celeste con botones de diamantes, un pantalon de mahon, un chaleco encarnado y un sombrero de tres picos, un reló de oro bien grande, una pipa de plata y una hucha llena de guineas.

No dudé que Mr. Peggoty mereciese todos estos tesoros, y así se lo manifesté á Emilia; pero confieso que á haber podido decir lo que pensaba, hubiérale preguntado á la agradecida nieta en qué podia contribuir á su felicidad un sombrero de tres picos. Emilia creia sin duda que todo aquel conjunto era una vision celeste, pues á medida que enumeraba los diferentes objetos que acabo de citar alzaba la vista al cielo.

Sin embargo, el viento, calmado un poco, parecia levantarse de nuevo, y nos habiamos aventurado en una especie de espolon de madera que se adelantaba hasta las primeras olas.

— ¡Y bien! ahora, me dijo Emilia, ¿teneis miedo al mar?

— Aun no, respondí echándomelas de valiente; y vos misma no me pareceis tan medrosa como decís.

Se acercaba tanto á la orilla, que temí diera un traspié.

— Así no tengo miedo, replicó Emilia; cuando me asusto es al despertarme por la noche y pensar que tal vez el tio Daniel y Cham llaman en su auxilio... Hé ahí tambien por qué me gustaria ser una señora : no tendrian necesidad de exponer su vida como lo hacen, y yo con mi dinero aliviaria la suerte de cualquier marinero á quien le sucediese algun accidente.

Al mismo tiempo que decia esto, púsose á correr á lo largo de una viga que se prolongaba mas allá del espolon y que no tenia valla ninguna. Prodújome tal impresion aquella escena, que á ser pintor podria trazarla hoy como si la tuviera delante de mis ojos : aun me parece estar viendo ante mis ojos á Emilia en el momento de perecer para probarme que estaba por cima de los terrores que inspira la muerte. Arrojé un grito creyéndola perdida, pero la pequeña heroina, tan ligera como atrevida, volvió á mi lado sana y salva, y me reí de mi emocion y del grito que habia exhalado... ¡Ah! si hubiera podido leer en el porvenir y conocer lo que le deparaba la suerte, conocerlo y comprenderlo