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DAVID COPPERFIELD.

Mi buen amigo Traddles ha intentado el mismo oficio, pero no lo ha aleanzado, y él mismo se rie de su mal éxito, recordándome que nunca ha po- dido aprender nada con precipitacion.

Tiene, sin embargo, un empleo en el mismo pe- riódico; él es quien, recopila los hechos que necesi- tan los adornos de una pluma mas fértil.

Ademas ha sido licenciado abogado y sabe re- unir una segunda suma de eien libras esterli- nas al servicio de un procurador, cuyo estudio di- rige.

Yo me he abierto tambien otra via; no sin mie- do y sin cesar de temblar, he creido poder ser autor.

Habia escrito en secreto algunas bagatelas y las mandé á un Magazine que las ha publicado.

Desde entonces he tenido el suliciete valor para escribir un gran número de cuentos y nove- las, que me pagan regularmente.

De cste modo tengo segura una renta mediana; y cuando cuento por los dedos los miles de libras que la componen, no me detengo hasta las tres mil.

Hemos abandonado la calle de Buckingham por un delicioso collage próximo al que poscia cuando experimenté el primer acceso de entusiasmo.

Mi tia no piensa vivir en él mucho tiempo, y sin embargo, habiendo vendido convenientemente su casa de Douvres, se propone ser nuestra vecina; y si no comprendeis esto os diré que significa mi matrimonio.

¡Si! voy á ser el esposo de Dora; las señoritas Spenlow han dado su consentimiento, y es digna de verse la actividad que desenvuelven.

Miss Lavinia, que es la encargada del ajuar de la novia, no cesa de cortar patrones en papel gris; tan pronto discute con un comerciante que liega armado de su vara y expone sus géneros, tan pronto habla con una costurera que han tomado al dia, y que cuando llega ó se va, se clava en el seno la aguja.

Mi idolatrada Dora se ha convertido en un ma- niqui; desde por la mañana hasta la noche no la dejan tranquita, pues siempre liene que probarse algo; y cuando hace cinco minutos que estamos solos, una importuna famula se presenta en la ha- bitacion diciendo:

- ¿ Miss Dora, quereis tener la bondad de ve- nir un momento?

Miss Clarisa y mi tia recorren todos los almace- nes de Lóndres, para contarme luego que han en- contrado tal ó cual mueble que me conviene, y es necesario ir á ver.

Mejor seria que lo comprasen sin consultarme, porque cuando entramos en una quincalleria para examinar un hornillo, Dora descubre un pabellon chino con campanillas, que no es mas que una vivienda de perro, y se le antoja comprarla para Jip, á lo que es necesario acceder.

El pobre Jip no se acostumbra facilmente á su nueva residencia ; cada vez que entra ó sale, mue- ve las campanillas, y se asusta con semejante es- trépito.

Mi buena Peggoty llega para ser de alguna uti- lidad y se pone inmediatamente al trabajo; su es- pecialidad, segnn creo, pues siempre la encuentro limpiando, es la de arreglarlo y limpiarlo todo.

Su infortunado hermano ha aparecido entre nos- olros; lo encuentro algunas veces en las ealles de Lóndres, siguiendo á las mujeres de vida airada... Estoy seguro, examinando su grave fisonomia, que busca y teme encontrar.

¿Por qué tiene Traddles esta tarde un aire tan importante, al visitarme en el tribunal de los Doe- tor's Commons, donde voy aun de tiempo en tiempo, cuando me place y por la conveniencia ? La reali- zacion del ensueño de mi juventud, se acerca... voy á sacar una licencia de matrimonio.

Es un documento muy pequeño para un acto tan esencial; hélo ahi, sobre mi pupitre, sopor- tando la contemplacion de Traddles, ¡mezcla dle miedo y admiracion!

Alli están los dos nombres unidos desde mucho tiempo en mi imaginacion : David Copperfield y Dora Spenlow; en un extremo está la marca de esa institucio del sello, que lanto se interesa en las diversas solemnidades de la vida humana.

Tambien está alli la aprobacion ó bendicion im- presa del arzobispo de Cantorbery; bendicion que monseñor no otorga gratuitamente, ¡pero que po- dria hacer pagar mas!

Me parece que estoy soñando, y que mi dichoso sueño va á desvanecerse; ¿es efectivamente una realidad? me cuesta mucho convencerme.

¿ Por qué será que todos los que me encuenlran en la calle me miran con curiosidad, como si su- pieran que me caso pasado mañana? Y es verdad, pasado mañana tendré una esposa.

El subdelegado del arzobispo me ha reconocido al ir á prestar juramento, y me ha despachado