pronto, como si existiese entre nosotros una inte- ligencia masónica; Traddles ha sido un testigo su- pérfluo; sin embargo, no me ha dejado, pronto á servirme de fiador.
- Amigo mio, dije á Traddles, espero que la primera vez que volvais á este sitio, será por vues- tra cuenta, y que no tardará mucho.
- Mil gracias por vuestros felices presagios, querido Copperfield; es una verdadera satisfaccion el saber que Sofia me esperará hasta que sea con- veniente... es una muchacha muy buena...
- ¿Cuándo vais á esperarla á la diligencia?
- A las siete, respondió Traddles mirando su antiguo reló... el mismo del que sacó en otro tiempo en el colegio una rueda para hacer un mo- lino en miniatura. No es esa la hora en que lle- gará tambien miss Wickfield?
- No, un poco mas tarde; á las ocho y media.
- Puedo afirmaros, mi buen David, replicó Traddles, que me encuentro tan alegre como si yo mismo fuera á casarme, y el desenlace de vuestros amores me encanta aun mas, porque habeis reco- nocido mi sincera amistad, asociando mi Sofia á la ceremonia, pues habeis querido que sea una de las madrinas de vuestra Dora, en union de miss Wiekfield; es una atencion delicadisima que me satisface enteramente.
Escucho en silencio y le aprieto la mano; segui- mos hablando de nuestro matrimonio, y no puedo convencerme; creo que continúo soñando!
Sofia se instala, naturalmente, en casa de las señoritas Spenlow; tiene una fisonomia agradable; sin ser del todo bonita, simpatiza por sus francas y afectuosas maneras.
Traddles nos la presenta con orgullo; lo llamo å parte para felicitarlo, y se frola las manos durante diez minutos consecutivos, mientras que sus cabe- llos se espeluznan con mas energia que de costum- bre. He ido á recibir á Inés á la diligencia de Cantor- bery, y ya tenemos entre nosotros la influencia de aquel rostro encantador.
Inés ha simpalizado con Traddles, que al pre- sentarle á su Sofia alcanza un triunfo brillante.
A pesar de todo, no lo creo; pasamos una noche deliciosa, de inmensa felicidad... no importa, no puedo convencerme ni meditar mis emociones; estoy lo mismo que si no me acostase por espacio de ocho dias; no puedo afirmar el dia que era ayer, pero me parece que hace varios meses que tengo en mi bolsillo el contrato matrimonial.
Al dia siguiente fuimos todos à ver la casa, nues- tra casa... la casa de Dora y mia; pero no me acos- tummbro a creerme el dueño.
Me figuro que estoy alli mediante un permiso de otro; hasta creo que va á llegar el verdadero propietario, y decirme : «Señor mio, estoy encan- tado de veros.
¿Por acaso seria mia esta casita tan alegre, tan nueva, con sus tapices de flores, sus papeles fres- cos, sus corlinas de muselina blanca como la nie- ve, sus muebles de color de rosa, sobre uno de los cuales ha colocado Dora su sombrero de campo, un sombrero con cintas azules como el que lleva- ba la primera vez que la vi?..
¡Toma, tambien está aquí su guitarra, en su es- tuche, y la pagoda de Jip!
Otra noche de felicidad, ó lo que es igual, otra fase de mi sueño.
Dora me ha dejado solo antes que me retire; creo que todavía tiene algo que probarse.
Miss Lavinia vino á decirme misteriosamente quie Dora no tardará en volver; pero ha tardado mucho por el contrario; al fin he oido el crugido de la seda delante de mi puerta, y han llamado.
- Entrad, dije, y como siguieran llamando, abri la puerta no sabiendo quién podia" ser; era Dora, que acompañada de miss Lavinia, venia con su vestido de mañana para que la viese.
Abracé á Dora, estrechindola contra mi cora- zon, y miss Lavinia lanzó un grito porque le arru- gaba el vestido y el sombrero; Dora tambien dió un grito, riendo locamente de mi estupefaccion... ¿Pero, Señor, es verdad?
- ¿Me encontrais hermosa, David? preguntó Dora.
- ¡Hermosa! si, ¡á fé mia!
- ¿Estoy á vuestro gusto?
Miss Lavinia comprendió que esta última pre- gunta iba á comprometer de nuevo el vestido y el sombrero de Dora, y me advirlió que era preciso admirarla sin tocarla.
Dora, confusa, permaneció alli uno ó dos minu- tos para que la admirase, y desapareciendo luego repentinamente, volvió con su traje habitual, y preguntó á Jip si no tenia yo una novia bonita, añadiendo :
- ¡No dudo, Jip, que me perdonarcis el que me case!
A la mañana siguiente me levanté muy tempra- no y no esperé mucho tiempo á mi tia.