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DAVID COPPERFIELD.

Nunca la habia visto tan clegante; llevaba un veslido de seda de color de romero, y un sombrero blanco; estaba magnifica.

Juanilla que habia entrado otra vez en su casa, era la que la habia vestido, y la contemplaba con satisfaccion.

Peggoty no estaba lejos tampoco y queria que la colocase en cl coro de la iglesia para ver mejor la ceremonia.

Mr. Dick, que debia servir de padre á Dora para confiármela, se ha hecho rizar.

Traddles viste un elegante traje azul y un cha- leco de raso lblanco.

¡El y Mr. Dick se distinguen especialmente por sus guantes!

Indudablemente, veo todo esto, pues está delan- te de mis ojos, pero estoy alelado y no me parece ver nada... todavia no estoy muy convencido de que es cierto.

Pero cuando, instalados en un coche descubier- to, vamos á cumplir el último acto de este fantás- tico matrimonio, lo encuentro bastante real para mirar con listima á los infortunados transeuntes, que sin tomar parte alguna, se dirigen como de costumbre à sus ocupaciones.

Durante el trayecto, mi tia ha tenido mi mano entre las suyas, y cuando nos paramos ante el pór- tico, para que bajase Peggoly del pescante en que estaba sentada, mi tia me dijo abrazándome tier- namente :

- Que Dios os bendiga, querido mio; mi propio hijo no me inspiraria tanto cariño. ¡En este mo- mento me acuerdo de vuestra pobre madre!

- Yo tambien, adorada tia, y de todo lo que os debo.

- ¡Bah! no hablemos de eso, David, replicó mi tia. Y tendiendo una mano á Traddles que tenia i su vez una de Dick, cambiamos cordiales aprelones de manos, antes de entrar en la iglesia.

El templo está tranquilo... pero seria preciso que su silencio fuese mil veces mayor para calmar mi agitacion... la agitacion de un sueño mas ó menos incoherente.

Sueño que Dora se coloca á mi lado; que la acomodadora de las sillas nos señala nuestros puestos en los bancos del altar mayor; que el eclesiástico y el sacristan aparecen; que una in- mensa muchedumbre se aprieta en la nave; que empieza la ceremonia, estando todos muy atentos; que miss Lavinia es la primera que llora, acordán- dose del malogrado Pidger, sin duda; que miss Clarisa le hace aspirar sus sales; que Inés se cui- da de Dora; que mi tia se esfuerza por afectar una sangre fria de las mas austeras, mientras el llanto corre por sus mejillas, y que Dora temblando, sin soltar la mano de Inés, pronuncia débilmente las frases de costumbre.

La ceremonia continúa grave y tranquilamente, mirándónos, los unos á los otros, á través de nues- tras lágrimas y suspiros.

Mi esposa ha tenido un ataque de nervios en la sacristia, llamando á su padre y guiñoteando; pero ya ha vuelto en si.

Todos firma en el contrato; voy á buscar á Peggoly para que firme tambien, y se arroja á mi cuello diciéndome que habia visto casarse á mi madre.

Todo está terminado. Nos volvemos y franqueo con arrogancia la nave, con mi esposa del brazo; pero á pesar de mi arrogancia, solo á través de una niebla veo los cspectadores de mi casamiento; cl púlpito, los bancos, las estatuas, las fuentes bautis- males, el órgano y los eristales, euyas pinturas me recuerdan las que admiraba en otro tiempo, cuan- do mi madre me llevaba á la iglesia de nuestra aldea.

Escucho repetir entre la multitud:

- ¡Qué pareja tan jóven!... ¡que bonita es la novia!

Estas palabras resonaban en mis oidos cuando entramos en el coche.

La alegría era general; hablábamos todos á la vez, y Sofia nos distraia contándonos que cuando pidió á Traddles el contrato, del que se habia en- cargado, estuvo á punto de desmayarse, de miedo que Traddles no le hubiese perdido.

Hemos almorzado todos en la misma mesa, en la que abundaban las golosinas, los vinos y lico- rés.

He comido como un autómata, sin el menor gus- to del sabor y el olor, y luego pronuncié un dis- curso, pero um discurso en sueños, sin la mas mi- nima idea de lo que habia dicho, ni de lo que iba á decir.

Todos estamos contentos, y Jip ha recibido su parte de los dulces de la boda, que probablemente se le indigestarán.

Los caballos de la silla de posta piafan de impa- ciencia.

Dora sale con miss Lavinia para cambiar de ves-