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DAVID COPPERFIELD.

nunca de mi mujer y reprochándome haberla he- cho llorar; me hubiese dado de cabezadas contra la puerta, pero acabé por sentarme, y tratando de justificarme hice el último esfuerzo para seguir la via de la razon.

- No os riño, Dora, le dije; tenemos mucho que aprender los dos; quiero solamente probaros que deberiais... que deberiais acostumbraros á vi- gilar á Mariana, y á hacer algo vos misma... por vos y por mi.

- Me admira, respondió Dora sollozando, si, me admira que hableis con esa ingratilud, cuando sabeis que el otro dia, habiéndoos oido decir que comeriais con gusto un plato de pescado, fui yo misma lejos, muy lejos, y encargué el pescado para daros una sorpresa.

- Y fué muy amable de vuestra parte, querida mia. Tan amable me pareció, que no intenté re- cordaros que habiais comprado un salmon... muy grande para dos, ni que os costó una libra y seis chelines... lo que es muy caro para nuestra for- tuna.

- Lo encontrasteis excelente, balbuceó Dora, y me llamasteis amiguita.

- Y os lo llamaré mil y mil veces mas, adorada Dora, repliqué.

Pero habia herido el ticrno corazoncito de Dora, y estaba inconsolable.

Suspiró y lloró tanto, que senti verdaderos re- mordimientos; abandoné mi casa con amargura para dirigirme al Parlamento, y durante la sesion estuve disgustado é intranquilo.

Cuando volvi eran muy cerca de las tres; mi tia me estaba esperando.

-¿Qué ha sucedido, lia? le pregunté alarmado.

- Nada, Trot, respondió, sentaos; mi Florccita estaba triste y la he acompañado... y nada mas.

Me senté delante de la chimenca, inclinando mi cabeza sobre la mano que me alargaba mi tia; me sentia mas triste y desanimado que habria juzgado posible, à tan corta distancia del cumplimiento de mis brillantes esperanzas.

Al levantar mi vista me encontré con uma mirada ansiosa de mi tia.

- Os aseguro, lia mia, que he estado muy de- sazonado toda la velada, pensando en que mi Dora estaria triste; pero yo no lenia otra intencion que hablarle afectuosamente de las interioridades de la casa.

Mi tia me miró con un aire mas animado.

- Debeis tener paciencia, Trot, me dijo.

- Sin duda. Bien sabe el ciclo que no quisiera ser intransigente y tirano, tia mia.

- No, no, respondió; pero Florecita es muy delicada, y es preciso que el viento orée su faz con mucha dulzura.

Di gracias à mi tia por sus tiernos sentimientos por mi esposa, y reconoció que hablaba sincera- mente.

- No creeis, tia, añadi despues de mirar el fuego con un aire pensativo, no creeis que debe- riais aconsejar á Dora, de tiempo en tiempo, para nuestra mútua conveniencia?

- Trol, no me exijais semejante cosa, dijo mi tia con emocion.

La gravedad de su voz excitó mi curiosidad.

- Cuando pienso en mi vida pasada, continuó, reçuerdo que debia haber sido mas indulgenle para con algunos que han muerto ya. Si juzgaba seve- ramente en los otros los errores del matrimonio, tal vez fué porque tenia graves motivos para juzgar severamente los mios. No quiero que sea asi de hoy en adelante. En olro tiempo he sido una mu- jer altanera, brusea, gruñona... es mas, lo soy aun y lo seré toda mi vida; pero, Trot, vos y yo nos hemos hecho un poco de bien mútuamente... En cada suceso doloroso he encontrado vuestro con- suelo, hijo mio, y no quiero que nazea ahora entre nosotros la discordia.

- La discordia entre nosotros! exclamé.

-Qué niño sois! replicó mi tia; Dios sabe lo pronto que naceria y lo desgraciada que haria i Dora si me mezelase en vuestros asumtos. No; quie- ro que vuestra favorita me ame y que esté mas alegre que una mariposa. Acordaos de la easa de vuestra madre despues de su segundo casamiento, y guardaos bien de comprometerme, os lo su- plico.

Comprendi que mi tia tenia razon, y adiviné loa grande de su generosidad para mi esposa.

- Vuestro matrimonio, Trot, prosiguió mi lia, data de ayer, y Roma no se construyó en un dia, ni en un año. Habeis clegido con enlera libertad (en este momento creo que una nube oscureció su rostro), y habeis elegido una bonita y afectuosa criatura... Vuestro deber es (y estoy segura de que será tambien vuestra felicidad, por lo que no os predico un sermon) juzgarla como la habeis ele- gido, por las cualidades que tiene y no por las quc no puede tener., Si podeis dárselas, ó desarrollarlas