Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/279

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

267
DAVID COPPERFIELD.

De cuando en cuando dejaba la pluma descansar para observar á mi mujer-niña, que queria decidi- damente « ser juiciosa.»

Colocaba su registro sobre la mesa dando un profundo suspiro; abria la pigina que Jip habia puesto ilegible, y llamaba á Jip para enseñarle sus tonterías; Jip recibia una reprimenda, ó algunas gotas de tinta en la nariz.

Despues de esta diversion, Dora decia á Jip : « Acostaos ahi, señor mio, como un leon» ; á lo que Jip obedecia ó no, segun su buen ó mal hu- mor. Dora escogia una pluma y la probaba; justa- mente la pluma tenia una pelusa, la segunda ras- gaba el papel, la tercera metia tal ruido que no dejaba trabajar á David, y Dora se llevaba el regis- tro despues de amenazar al leon con aplastarlo bajo su peso; el juego habia concluido.

Otras veces, Dora haciendo un acto de heroismo, cogia un cesto lleno de notas, facturas pagadas y do- cumentos, que mas bien que nada parecian papeli- llos para rizarse el cabello; los comparaba, conta- ba por los dedos de la mano derecha y de la izquierda, pero siempre resultaba lo mismo; Dora se detenia desanimada, tan infeliz, que viéndola imponerse por mi una tarea tan ingrata, me acu- saba interiormente y le decia :

- Querida Dora, hacedme un favor: dejad vues- tras cuentas por hoy y tomad la guitarra; estoy fatigado yo tambien y un poco de música despeja- rá mi imaginacion.

Estaba verdaderamente fatigado, pero no me quejaba nunca mas que de esta manera.

¿Me equivocaba? tal vez; ¿pero hubiese ganado algo en ser mas exigente con mi mujer-niña?

En cuanto á mis reflexiones, no podria haberlas manifestado entonces con lanta claridad como so- bre esta hoja de papel, en la que escribo, sin reser- va, todos los secretos de mi corazon.

¿Habia alcanzado la completa realizacion del ideal de mi juventud?

¿No habia soñado algunas veces, con una com- pañera que me inspirase sus consejos, que supliese la debilidad de mi carácter con la fuerza del suyo, que llenase, en fin, con algunas ideas sérias el vacio que el hombre mas ocupado experimenta por mo- mentos á su alrededor ?

Si, lo habia soñado, pero no era mas que un sue- ño; ademas, ¿ quién puede tener el privilegio, en esta tierra, de alcanzar el ideal de sus fantisticas visiones?

Dora es dichosa, dichosa como una niña; me ama, liene fé en mi, me admira; ¿qué otro des- lino podria excitar mis sentimientos ó mi envidia?

Guando los debates del Parlamento eran pesa- dos, -quiero decir largos, porque pesados lo so casi siempre,- y entraba tarde en casa, Dora se despertaba con el ruido de mis pisadas y bajaba de su habitacion para verme mas pronto.

Cuando el Parlamento estaba cerrado y perma- necia en casa para escribir, Dora estaba siempre sentada á mi lado, por tarde que fuese, tan silen- ciosa, que creia con frecuencia, que se habia dor- mido.

Pero, generalmente, no podia levantar los ojos sin encontrar su mirada fija en mi, con la tranquila- contemplacion que la caracterizaba.

- Qué cansado estais! me dijo uma noche en el momento en que cerraba mi pupitre.

- Sois vos la que estais cansada, Dora, respon- di; y verdaderamente, otra vez será necesario que os acosteis; velo mucho para vos.

- Oh! ;no me mandeis á dormir, David, os lo suplico !

- ¡Dora!.. exclamé.

Con gran sorpresa mia se arrojó llorando en mis brazos.

- Amiga mia, qué tencis? sufris? no sois dichosa?

- Todo lo contrario, muy dichosa; pero, David, permitidme que permanczca i vuestro lado para veros escribir.

- Si, ¡en verdad! Creeis que os hace bien ve- lar asi hasta media noche, con unos ojos tan lindos como los vuestros?

- ¿Son tan lindos? repitió Dora riendo. Me sa- tisface que sean lan lindos.

- ¡Vanidosilla! le dije.

Pero no era vanidad en ella, sino la inocente alegría que la causaba mi admiracion. Lo sabia antes que Dora me lo dijese, añadiendo :

- Si encontrais mis ojos lindos, quiere decir que me permitireis quedarme á veros eseribir. Veamos, ¿los encontrais lindos?

- ¡Muy lindos!

- ¡Pues bien! entonces dejadme velar á vues- tro lado, ó tendré celos de las que hablais en vues- tras novelas... ademas, concededme aun algo, por absurdo que os parczca...

- ¿Me direis el qué?

- Teneros las plumas, prosiguió Dora. Quiero