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DAVID COPPERFIELD.

— ¿Qué ocurre, buena anciana? dijo Daniel. Vaya, ánimo.

Pero mistress Gummidge desdobló un pañuelo de seda muy viejo, y en vez de guardarlo en el bolsillo despues de haberse enjugado los ojos, conservólo en la actilud de una persona que demuestra que en breve volverá á necesitar de él.

— ¡Ah! exclamó por fin, bien comprendo que aquí soy una carga. Mejor seria, Daniel, que me dejaseis ir á un hospicio, y ojalá me muriese, así libraria á este mundo de una carga inútil...

Así que hubo pronunciado estas palabras, mistress Gummidge se levantó para irse á acostar, sin que nos fuese posible averiguar de dónde provenia semejante exceso de desesperacion; pero Mr. Daniel, que no habia cesado de profesarla la simpatía mas franca, nos miró á todos así que se fué, y sin cambiar de expresion cariñosa, dijo en voz baja :

— ¡Ha pensado sin duda en el otro!

No comprendí del todo quién seria aquel otro en quien la vieja pensaba todos los dias, pero al acostarme, Peggoty me dijo que era su difunto marido, y que, en semejantes ocasiones, su hermano era el primero en disculpar la tristeza de la afligida viuda, que le afectaba extraordinariamente. Y en prueba, algunos momentos despues oí al buen marino que decia á Cham dando vueltas en su hamaca :

— ¡Pobre mujer! se ha acordado del compañero.

Mientras duró mi estancia se repitió esta escena dos ó tres veces, y cada vez Mr. Daniel encontraba disculpa para la viuda de su antiguo sócio con la mas tierna compasion.

Así trascurrió nuestra quincena, que no hubiera discrepado ni de una línea á no ser por las variaciones de la marea, sobre la que basaba la hora de ida y vuelta de Daniel y Cham; pero este no acompañaba constantemente á su tio, y los dias que se quedaba en tierra venia con nosotros con muchísimo gusto para enseñarnos los navíos y las barcas. Una ó dos veces hizo que nos paseáramos en bote. Como entre las primeras impresiones hay tal lugar ó incidente que se queda grabado mas vivamente que los demas en la memoria, no puedo oir ó ver el nombre de Yarmouth sin acordarme de cierto domingo por la mañana que pasamos por la playa, donde, mientras que repicaban las campanas de la iglesia, Emilia apoyó su cabeza en mi hombro, en tanto que Cham se divertia en echar galletas al mar. El sol, oculto hasta entonces tras un velo de vapor, iluminó de repente el horizonte y nos dejó ver los buques, que parecian sombras.

Llegó por fin el dia en que debiamos regresar á Blunderstone. Soporté bastante bien los adioses de Mr. Peggoty, de Cham, de mistress Gummidge, pero no pude separarme de Emilia sin una cruel pesadumbre. Fuimos cogidos del brazo hasta el meson de donde salia el tartanero, y prometíla escribir (promesa que cumplí mas tarde enviándola una misiva escrita con unas letras tan grandes como las que se emplean en un rótulo manuscrito de una casa que está en venta). Fuerza fué separarme... Aquel dia sentí verdaderamente un vacío en mi corazon.

Durante mi permanencia entre la familia de mi querida Peggoty fuí lo bastante ingrato para pensar muy rara vez en mi casa; pero apenas habia vuelto la espalda á Yarmouth, cuando mi cándida conciencia parecia mostrar el camino con el dedo. Cuanto mayor era la pena que acababa de domeñarme, tanto mas sentia que iba á volver á ver mi nido y que una plácida consolacion me esperaba en el regazo materno.

A medida que nos acercábamos, estos sentimientos se apoderaban de mí y tenia impaciencia de abrazar á mi madre; pero Peggoty, en vez de participar de mi alegría, trataba de moderarla — aunque de cierto modo — y parecia desasosegada.

Pero aun cuando no quisiera, debiamos llegar á Blunderstone-Rookery, pues eso dependia del caballo mas que de Peggoty, y llegamos. ¡Oh! nunca olvidaré aquel dia. El cielo estaba cargado y amenazaba lluvia.

Abrese la puerta y me pongo á mirar medio llorando medio riendo en mi tranquila agitacion, esperando ver á mi madre. No era ella, y sí una criada desconocida.

— ¡Cómo! Peggoty, pregunté lastimosamente, ¿mamá no está en casa?

— Sí, sí, señorito, me respondió, está; esperad un poquito y... os diré una cosa.

Al mismo tiempo me llevó á la cocina, cerrando la puerta tras nosotros.

— Peggoty, exclamé asombrado, ¿qué es lo que pasa?

— Nada, nada, á Dios gracias, señorito, replicó tratando de sonreirse.

— Estoy seguro que hay algo... estoy seguro... ¿Dónde está mamá?