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DAVID COPPERFIELD.

gible el dia y la hora de la cila que os he dado en la fonda de la Campana, en Cantorbery.

» Una vez que por el cumplimiento del deber que me he impuesto y por un acto de justa repa- racion seré menos indigno de mirar frente à frente á mis semejantes, me conocereis mas profunda- mente.

» Desearia ser trasportado á ese lugar del reposo comun donde los abuelos de la aldea duermen ese sueño que debe reemplazar una vida eterna,

» Sin mas epitafio que este :

» WILKINS MICAWBER. »
XXIII
SOY TESTIGO DE UNA EXPLOSION.

La vispera del dia fijado por Mr. Micawber, nos consultamos mi tia y yo, para decidir la resolucion que debiamos tomar, porque mi tia no queria dejar á Dora sola... Ay! qué poco pesaba Dora en mis brazos, cuando la bajaba de su habitacion al sa- lon!...

Pero la misma Dora que nos habia escuchado, exigió que mi lia hiciera el viaje.

- Si la tia se queda no se lo perdonaré á David, dijo; y á vos tia, no os hablaré nas; seré muy in- discreta, insufrible, excitaré á Jip para que os ladre mas que de costumbre; en fin, si no vais, os consideraré como... una vieja gruñona.

- Chist, Florecita, respondió mi tia riendo; sabeis muy bien que no podeis pasaros sin mi.

- Si, señora, me pasaré, dijo Dora; ;como si fuerais buena para algo! No bajais ni subis las es- caleras continuamente por mi; no os sentais nunca å mi lado para contarme la historia de David, cuando el pobre llegó de Lóndres å Douvres, con los zapatos rolos y cubierto de polvo; no haecis nunca nada para agradarme, tiita... Vamos, dadme un abrazo. No haceis mas que todo eso y aun mu- cho mas... Pero tia mia, escuchadme : ireis, os atormentaré hasta que hagais lo que yo quiero, y fastidiaré á mi mal esposo si no os obliga á que lo acompañeis. Seré insoportable y Jip tambien, y acabareis por sentir no haberos marchado. Ade- mas, dijo mirándonos con extrañeza, ¿por qué no iriais los dos? No estoy tan enferma... Estoy muy enferma, decid?

- ¡Vaya una pregunta! exclamó mi tia.

- ¡Qué idea! añadi yo.

- Si; ya sé que soy una tontuela, dijo Dora ha- ciéndonos su acostumbrado mohin; ireis los dos, ó no os creeré mas y lloraré.

Conoci en los ojos de mi tia que empezaba á ceder, y Dora que lo notó asimismo, se sonrió li- geramente.

- Y luego tendreis tantas cosas que contarme á la vuelta, que habrá lo menos para una semana... En fin, no estarcis ausentes mas que veinticuatro horas, y durante ese tiempo me cuidará Jip. David me subirá á mi habitacion antes de partir, y no bajaré hasta que volvais... Voy á daros una carta en la que reñiré á Inés como se merece, por no haber venido á vernos.

Nos avenimos sin mas deliberacion à los deseos de Dora, y nos dijimos que era una embusterilla, que fingia estar mala para que la mimasen, lo que hizo reir mucho á mi esposa.

La noche misma partimos para Cantorbery los cuatro; es decir : mi tia, Mr. Dick, Traddles y yo.

Tuvimos algua dificultad para ser admitidos en la fonda donde nos citó Mr. Micawber, á las horas elevadas de la noche, y encontré una carta de di- cho señor, en la que me anunciaba que se nos re- uniria puntualmente, á las nueve y media de la mañana.

Despues de haberla puesto em conocimiento de mis compañeros, nos fuimos à nuestras habitacio- nes respectivas.

Me levanté con el alba y fui á recorrer las tran- quilas calles de aquella ciudad tan llena de recuer- dos de mi infancia.

Las cornejas revoloteaban de una torre de la catedral á la otra, haciendo resaltar la solitaria grandeza del monumento que domina, hace mu- chos siglos, el pintoresco paisaje de la comarca, á una distancia de diversas millas.

La paz de aquel monumento, asociada á la del campo donde dirigia mis pasos, y las gratas im- presiones del aire matinal, me produjeron una de esas ilusiones que nos encadenan á un lejano pa- sado; me crei aun el discipulo del doctor Strong, el huesped de la casa gótica, esperando que la voz de la campana me anunciase la hora del estudio ó la del recreo; y precisamente fué la voz del cobre