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DAVID COPPERFIELD.

field; vos lambien lo sabeis, Mr. Ileep, lo pregum- taremos à Mr. Micawber, si gustais.

- ¡Querido Uriah! exclamó mistress Heep con un movimiento de inquietud.

- Madre mia, tened la lengua, dijo Uriah inter- rumpiéndola, cuanto menos hableis, será mejor.

- Pero, querido Uriah!...

- Callaos, madre mia, y dejadme hacer.

Por muy sospechosa que hubiese sido siempre para mi su humildad, no me formé una idea aproximada de su profunda hipocresia, sino cuan- do arrojó de improviso su máscara.

El miserable, creyéndose en estado de desafiar- nos, no disimuló mas ni uno solo de sus malos instintos; su malignidad y su ódio se exaltaron has- ta una audacia mezclada de sarcasmo.

- Copperficld, me dijo, sois muy poco compe- tente, querido mio; teneis que completar aun vuestra educacion de legista, si creeis que basta con presentar contra mi Jas delaciones de mi pasante... Ademas, es obrar honradamente, vos que os habcis dado siempre conmigo la importan- cia de gran señor, olvidando que no he ido nunca como vos, andrajoso? ;Preeisamente es Micaw- ber quien me lo ha dicho! Y vos, de quien ape- nas conozco el nombre, señor abogado, que hace un momento queriais acudir á ese extravagante de Micawber... vamos, hacedlo hablar; es de su- poner que le habreis hecho aprender su leccion de memoria.

Uriah, apercibiéndose que loda su seguridad no producia impresion alguna en nosotros, se sentó con las manos en los bolsillos y como hombre que está dispuesto á todo.

Pero Micawber, cuya impetuosidad habia yo contenido hasta entonces con trabajo, se adelantó á su vez, con la regla en una mano, como arma de- fensiva, y en la otra un documento bajo sobre, que abrió; lo recorriò con la vista, como el artista dispuesto à admirar el estilo de su composicion, y empezó solemnemente:

- Querida mistress Trotwood, y señores...

- ¡Que Dios lo bendiga! dijo mi tia á media voz; escribiria resmas de papel, si se tratase de un crimen que condujese al cadalso.

Mr. Micawber no escuchó esta observacion y continuó:

- Al comparecer antc vosolros para desenmas- carar al bribon mas redomado que puede haber existido...

Mr. Micawber, con la vista fija en su manuscri- lo, señalaba á Uriah con la regla, asimilándose al fantástico espectro del Hamlet.

- No reclamo ninguna consideracion para mi. Victima desde la cuna de obligaciones pecuniarias que no he podido satisfacer, he sido el juguete de todas las circunstancias que humillan y degradlan al hombre.

La ignominia, la miseria, la desesperacion y la locura, han asediado mi existencia colectiva ó se- paradamente.

Al describirse presa del inforlunio, Mr. Micaw- ber añadia al énfasis de su estilo, el de su decla- macion; se consolaba, seguramente, con la elevacion de su fraseologia.

- Doblegado bajo los golpes de estos enemigos conjurados, ignominia, miseria, desesperacion y locura, entré como pasante en este estudio, donde figuran dos asociados, Mrs. Wickfield y lHeep, pero que no tiene realmente mas que un miembro acti- vo... Heep, principal resorte de la máquina... Heep, ¡el único maquinista y el solo bribon!

Uriah, mas livido que pálido, quiso lanzarse sobre el pliego para rasgarlo; pero Mr. Micawber, con una notable destreza, le dió un reglazo en los dedos, que lo detuvo; aquel golpe resonó conio el choque de una madera contra otra, y la mano cayó como si estuviese truncada la muñeca.

- ¡Que el demonio os lleve! exclamó Uriah, con las contorsiones del dolor; me la pagareis muy cara.

- Acercaos, aproximaos, infame, dijo Micaw- ber; 'y si vuestro eráneo cs cl de un hombre, lo abriré con esta regla... Vamos, acercaos.

Nunca he presenciado una escena mas ridicula, y asi la juzgué en el mismo momento.

Era digno de verse á Mr. Micawber, dando esto- cadas y quites con su regla y repitiendo: ;acer- eaas ! dejándose contener por Traddles y por mi; luego, evadiéndose de pronto para amenazar de nuevo con la misma pantomima burlesca á su ene- migo, que, habiendo envuelto con un pañuelo su mano dislocada, se sentó mirando al borde de su mesa.

Cuando Mr. Micawber estuvo tranquilizado, pro- siguió así su lectura:

- Los emolumentos de mis fumciones se fijaro en la suma de veintiseis chelines seis peniques semanales; el cxceso de mi sucldo debia depender de mi celo y mi trabajo profesional, es decir, en