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DAVID COPPERFIELD.

peculaciones hechas con el dinero de clientes que tenian una confianza absoluta en Mr. Wickfield, por sustracciones de depósitos atribuidas á Mr. Wickfield, y de las cuales, Heep es el solo culpable, por un falso balance que amenazaba el estudio con una quiebra fraudulenta, Heep esperaba hacer que su asociado se entregase en cuerpo y alma, å todas las instigaciones del monstruo, que aun ayer mismo redactaba un proyecto de acta por el cual debia ser reconocido dueño absoluto del estu- dio, mediante una pension alimenticia.

- ¡Ury, mi querido Ury, exclamó otra vez la madre, sed humilde!

Crei que Mr. Micawber habia terminado, y dirigi en voz baja algunas palabras á Inés, que, entre el dolor y la alegria, lloraba á mi lado.

- Dispensadme, señores, dijo Mr. Micawber imponiéndonos silencio con un movimiento solem- ne. Y continuó su denuncia en forma de epistola diciendo :

- He terminado : no me queda mas que presen- tar las prucbas en que fundo mis acusaciones. Las exhibiré para desaparecer en seguida con mi infor- tunada familia del suelo en que somos una excre- cencia de la creacion; pronto habré concluido. Razonablemente puede esperarse que nuestro re- cien nacido (el miembro mas delicado de mi fami- lia) morirá el primero de inanicion. Despues espi- rarán mis dos gemelos; ¡así sea! En cuanto á mi, mi peregrinacion á Cantorbery ha adelantado mu- cho mi fin; la prision por deudas y la miseria la precipitarán mas aun. Me atrevo á esperar que el trabajo y peligro de la informacion que he cmpe- zado, informacion cuyas menores piezas justificati- vas han sido recogidas por mi á traves de múltiples riesgos, á pesar de aprensiones legitimas, por la mañana antes del alba y por la noche á la caida del rocio, durante los ardores del medio dia y en las sombras nocturnas, bajo la vigilancia de un verdadero hijo de Satanás, espero que el mérito de esta obra, desinteresada por parte de un hombre que no podia dejar mas pobre, espero, digo, que este mérito harả que caigan algunas gotas de agua pura sobre mi hoguera funeraria. Esto es lo que pido. Que pueda decir, como un héroe con el cual no aspiro á rivalizar: «Lo que he hecho, lo he hecho por la Inglaterra, mis lares y la belleza. »

Quedo siempre, etc.

WILKINS MICAWBER.

Por burlesca que fuese en Mr. Micawber la ma- nia de amontonar solemnemente frases sobre fra- ses y palabras sobre palabras, debo confesar que no es él solo el monomaniaco.

He observado en mi vida la misma tendencia en numerosos individuos; creo que es una mania ge- neral. Observad, por ejemplo, los testigos que van á deelarar en justicia : la mayor parle se complacen en manifestar una idea por la acumulacion de tér- minos sinónimos : aborrecen, detestan, exccran, etc.; los antiguos anatemas estaban redactados por este estilo.

Hablamos de la tirania de las palabras, y las tiranizamos; nos gusta tener un cortejo super- fluo á nuestras órdenes para las grandes ocasiones; creemos que suena bien al oido y da importancia.

En cuanto al sentido de nuestras palabras, es como el sentido de nuestra librea; ¿qué importa el sentido? Es un asunto de ostentacion..... y nada mas.

Mr. Micawber, muy conmovido y muy satisfecho de si mismo, dobló su carta, y habiéndola metido en el sobre, la ofreció á mi tia, como alguna cosa que debia conservar con placer.

Uriah, sin embargo de escuchar al lector, estaba seguramente preocupado por otra idea; mas de una vez habia dirigido sus miradas hácia el arma- rio de hierro que creo haber descrito ya, como otros muebles del estudio.

Cuando el denunciador hubo finalizado, se diri- gió al armario; la llave estaba en la cerradura; abrió precipitadamente : el armario estaba vacio.

- ¿ Donde están los registros? exclamó espan- lado. Algun ladron ha sustraido mis registros.

- Ese ladron soy yo, dijo Mr. Micawber golpeán- dose las uñas con la regla; yo, despues de haberos pedido la llave, como de costumbre, esta mañana, aunque un poco mas temprano.

- Vivid tranquilo, dijo Traddles, esos registros están en mi poder; yo me cuidaré de ellos, en atencion à los intereses de la persona que repre- sento.

¡Cuál no seria mi sorpresa cuando vi á mi tia, hasta entonces inmóvil y tranquila, precipitarse sobre Uriah IHeep y agarrarle el cuello con entram- bas manos !

- Sabeis lo que necesito ? dijo mi tia.

- Una camisola de fuerza, respondió Uriah.

- No, lo que necesito es lo que me pertenece... Inés, mi querida amiga, mientras he creido que mi