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DAVID COPPERFIELD.

bueyes sin ofrecer á los boyeros reemplazarles vo- luntariamente, y yo me he ocupado la última se- mana en el arte de la panaderia.

- No puede darse otra cosa mejor, dijo mi tia con aprobacion; pero mistress Micawber... no ha- brá permanecido ociosa.

- Querida señora, respondió mistress Micaw- ber, confieso que no me he ocupado ni en agricul- lura ni en la educacion del ganado, aunque no ignoro que la una y la otra reclamarán mis cuida- dos una vez establecida en las lejanas regiones. Pero las horas de que he podido disponer despues de evacuar mis quehaceres domésticos y deberes de madre, las he empleado en escribir á mis pa- rientes. He creido, mi estimado Copperfield (aña- dió dirigiéndose á mi por una antigua costumbre), que habia llegado el momento de olvidar el pasa- do, á fin de que Mr. Micawber tendiese la mano á mis parientes, y que mis parientes tiendan las su- yas á Mr. Micawber.

- Me parece que teneis razon, dije.

- Desgraciadamente, replicó mistress Micaw- ber, hay un abismo que salvar... Mis parientes se imaginarán en esta circunstancia que Mr. Micaw- ber hará gustoso otro empleo de sus nombres que darlos á sus hijos en la pila bautismal. En una pa- labra, temen que sus nombres se hallen en una letra de cambio y sean negociados en la Bolsa.

- En verdad! exclamó mi tia con su brusca espontancidad, provocada por la actitud penetrante que tomaba mistress Micawber; no me extrañaria que hubieseis adivinado.

- Querida mia, dijo Mr. Micawber intervinien- do, no me obligueis à explicar categóricamente lo que ha pasado entre vuestros parientes y...

- Mr. Micawber, interrumpió su esposa, de- teneos ! No os han entendido nunca, ni vos mismo los habeis comprendido.

Mr. Micawber tosió ligeramente.

- Si, prosiguió mistress Micawber, no os han comprendido nunca; esa es la desgracia que es necesario deplorar. No me digais lo contrario, por favor!

- Como os plazca, mi querida Emma, dijo Mr. Micawber, y añado que si responden á vuestras cartas, lo que dudo, no seré yo el que ponga ohs- táculo á la reconciliacion.

La conversacion se habia separado notablemente de su principio; los esposos Micawber dieron una mirada al monton de registros y papeles que ocu- paban la mesa, y declarándonos que nos iban á dejar solos, se retiraron ceremoniosamente.

Cuando hubieron partido, me dijo Traddles apo- yándose en mi sillon y mirándome á través de un velo de lágrimas :

- Copperfield, no me excusaré por hablaros de negocios, pues sé el interés que este os inspira, y que es un medio de distraeros. Querido David, creo que estais en estado de escucharme!

- Os escucho atentamente, respondi; se tratari antes de mi tia, no es verdad? debemos pensar en ella... ya que ha pensado tanto en los otros.

- Seguramente, dijo Traddles, quién puede olvidarlo?

- Pero no es esto todo, contiué; durante la última quincena una nueva inquietud se ha apode- rado de mi tia; diariamente se ha ausentado de casa desde por la mañana muy temprano hasta por la noche muy tarde. Ayer mismo, á pesar de saber, querido Traddles, que debiamos partir para Cantorbery, no ha entrado en su casa hasta las doce menos cuarto de la noche. No ha querido decirme lo que la preocupa de tal modo.

Mi tia, muy pálida y visiblemente conmovida, me dejó hablar; despues, con algunas lágrimas pendientes de sus pestañas, me dijo, tomándome una de mis manos :

- No es nada, Trot, nada absolutamente; ade- mas no durarả mucho. Lo sabreis todo un poco mas tarde... Inés, querida mia, atencion á los negocios.

Traddles empezó en estos términos :

- Ante todo, debo hacer justicia á Mr. Micaw- ber, diciendo que si no ha sido muy afortunado trabajando por su propia cuenta, es infatigable cuando trabaja por la agena; no he visto nunca quien se le parezca. Si siempre ha observado esa actividad, debe tener en el dia doscientos años. ¡Con qué impetuosidad se dedicaba noche y dia al exámen de los papeles y registros, sin mencionar el increible número de cartas que me ha escrito desde esta casa á la de Mr. WVickfield, y aun á tra- vés la mesa que nos separaba !... Es verdadera- mente extraordinario.

- Cartas! exclamó mi tia; si ese hombre se volviese loco, creo que seria por su manía epis- tolar.

- Mr. Dick, prosiguió Traddles, ha hecho tam- bien verdaderos prodigios; una vez relevado del cargo de vigilar á su prisionero Uriah Heep, se ha