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DAVID COPPERFIELD.

- Si, continuó, admiraban mucho á la jóven; sus trajes, su cútis, las atenciones que le prodigaba Mr. James, todo esto y otras cosas que callo, con- tribuian á llamar la atencion.

Littimer hizo una pausa; miss Dartle dirigió una mirada al horizonte y se mordió los labios. El criado, cambiando de actitud y levantando su cabeza ligeramente inclinada sobre su pecho, con- tinuó :

- Todo fué bien entre Mr. James y la jóven, hasta que esta, entregándose á sus accesos de me- lancolía, empezó á cansar á mi amo, que descuidó mucho sus atenciones. Lo notó la jóven; se au- mentó su tristeza como era justo, y la descuidó mas Mr. James, como era natural. Sin embargo, si se incomodaban, la reconciliacion no se hacia esperar, y despues de algunas borrascás que me herian de rechazo, hallándome cntre cl uno y la otra, la buena armonia duró aun bastante tiempo para engañar á todos.

Durante una nueva pausa de Littimer, que cam- bió de posicion, tosiendo para aclarar su voz, miss Dartle me miró con su sonrisita de mal agüero.

-Estábamos en Nápoles, en una casa de campo sobre la costa; la jóven tenia mucha predileccion por el mar. Despues de algunos reproches, Mr. Ja- mes partió una mañana, prometiendo volver dentro de uno ó dos dias, y encargándome explicase que para la felicidad de entrambos, tomaba las de Vi- lladiego. Debo decir, sin embargo, que Mr. James se condujo muy dignamente, dejando una buena dote para la jóven y aconsejándola tomase un ma- rido mas conforme con su primera condicion. Acepté este encargo, adicto como cra á Mr. Ja- mes, y deseando restablecer la paz entre él y su tierna madre; pero apenas hube anunciado la par- tida de Mr. James, la violencia de la jóven estalló como un acceso de locura; tuve que contenerla por la fuerza... si hubiese tenido un puñal, se habria dado de puñaladas; si hubiese podido llegar hasta el mar, se hubiera ahogado.

Miss Dartle se arrellanó en su butaca con una alegría feroz, y Littimer, despucs de haber tosido por segunda vez, prosiguió:

- Pero, aun hay mas; cuando ofreci algunos consuelos á la jóven y la declaré que no estaba todo perdido, que podia encontrar un marido muy respetable, dispuesto á olvidar lo pasado (el pi- llastre hablaba, sin duda, por él mismo), en vez de apreciar y reconocer las buenas intenciones del que le hablaba... se entregó á una ofensiva cóle- ra... Sin gratitud, sin paciencia ni razon, esta vez, si hubiese tenido un cuchillo y yo no hubiese esta- do en guardia, me hubiera matado!

-¡Ah! exclamé con indignacion, ¡le quedaba aun un sentimiento de honor!

Littimer sacudió la cabeza como si quisiera de- cir : «De veras ! caballero... pero sois muy niño !» y continuó:

- Para finalizar, la desesperacion de la jóven fué tanta, durante algunos dias, que era necesario vigilarla de dia y encerrarla de noche. Pero al cabo, decidida á evadirse, logró forzar una persia- na que yo mismo habia clavado, se dejó caer en una empalizada que estaba debajo, y saltamdo desde allí al suelo, desapareció... Desde entonces no se la ha vuelto á ver, ni se ha oido hablar de ella.

- ¿Ha muerto, tal vez? preguntó miss Dartle con un acento que revelaba la alegría que le hu- biera proporcionado pisotear el cuerpo de la in- feliz.

- Tal vez se habrá ahogado, miss, respondió Mr. Litlimer aprovechando la interrogacion para dirigirse á uno de nosotros; es muy posible; ó lal vez los marineros, sus mujeres y niños, habrán fa- vorecido su evasion. Conservaba de su origen vul- gar la aficion á esta compañia, y le gustaba mu- cho ir á la playa para sentarse al lado de sus bar- cas y hablar con ellos. Iba especialmente cuando Mr. James estaba ausente, pues no le agradaba, y se incomodó un dia al saber que habia dicho á los muchachuelos que era como ellos hija de un pes- cador, y que en otro tiempo tambien ella habia vagado por las arenas de la playa.

¡Emilia! ¡infeliz Emilia! qué cuadro pre- sentaron estas palabras á mi imaginacion! La vi sentada en una playa extranjera, en medio de ni- ños, como en sus dias de inoceneia, escuchándolos y repitiendo en voz baja :

« Podria haber sido una madre dichosa como la suya, si hubiese tomado por esposo á un igual mio; pero las olas del mar parecian murmurar al deshåcerse en la orilla : Ya es tarde! ¡ ya ces tar- de !»

-Cuando comprendi que no volveria, miss Dartle...

¡No os he dicho que no me dirijais la pala- bra? dijo la miss, volviendo á su sentimiento de soberano desprecio.