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DAVID COPPERFIELD.

apercibió del otro lado del mar y la presencia de la generosa mujer que la habia socorrido la desen- gañaron y conoció que estaba aun lejos de Yar- mouth. Un niño se acercó á ella dándole el nom- bre que ella habia querido antes, en vez de señora, como se acostumbra en el pais, y le dijo :

- Hija del pescador, os traigo un marisco muy hermoso.

Estas palabras devolvieron á Emilia su memo- ria, y lloró amargamente.

Mr. Peggoty se enjugó las lagrimas en silencio, y despues de una pausa continuó :

- Cuando Emilia se sintió bastante fuerle, re- solvió volver á Inglaterra. El marido de la exce- lonte mujer que le dió hospitalidad estaba de vuel- la, y con su ayuda se embarcó en un buque mercante para Liorna, y desde alli á Francia. Emilia tenia muy poco dinero para recompensar grandemente á sus protectores, y á pesar de la po- breza de estos, estoy contento de que fuera asi. Lo que han hecho por mi sobrina está inscrito en los cielos, Mr. David, y vale mas que todos los tesoros mundanos.

Mr. Daniel se detuvo de nuevo.

- Apenas hahia desembarcado Emilia en un puerto del Mediodía de Francia, apercibió á pocos pasos de ella al que nos la habia robado. Con un terror indecible salió inmediatamente de la ciudad y se embarcó para Douvres en un puerto del Océa- no. Lo que hasta entonces la habia animado era la idea de volver á Yarmouth, y en el momento de pisar la Inglaterra le faltaba el valor; el temor de no ser perdonada, el temor de verse señalada con el dedo, de que el dolor producido por su partida no hubiese costado la vida á alguno de nosotros y otros mil temores, quebrantaron esta resolucion.

- « Querido tio, me ha dicho, el miedo mas acer- bo cra el no ser digna de hacer lo que deseaba tanto mi lacerado corazon. Abandoné mi camino rogando á Dios me concediese la gracia de arras- trarme hasta el umbral de vuestra morada, para besarlo durante la noche y ser encontrada sin vida al dia siguiente. »

- ¡Vino á Lóndres! prosiguió Mr. Peggoty con el acento de un hombre que se ha salvado de un riesgo inminente; figuraos á mi Emilia sola, por la noche, en Lóndres, sin una moneda de plata sobre ella, jóven y hermosa, dirigiéndose á una mujer de porte decente que le promete conducirla al otro dia á casa de Marta para que le dé noticias de su familia y que le ofrece su habitacion para pasar la noche. Al siguiente dia esta mujer la en- tretenia con fútiles pretestos, halagándola con la promesa de procurarle un trabajo conveniente... Casualmente Marta, que conocia muy bien á esta pérfida meretriz, se presentó en la casa para saldar una antigua deuda; eneontró alli à Emilia, adivinó la infame maquinacion tramada contra ella, la arrebató de aquel lupanar, y viniendo á advertir- me, me devolvió á mi querida Emilia. Toda la noche pasada ni Emilia ni yo hemos cerrado un ojo; no ha inclinado su cabeza mas que sobre mi pecho; pero sus lágrimas y las mias se han con- fundido y sabemos que podemos fiarnos el uno del olro.

Al traseribir esta relacion de Mr. Peggoty no he podido reproducir el lenguaje sencillo y patético del marinero, que conmovió á mi tia, haciéndola sollozar çomo un niño.

No habia aun secado sus lágrimas, cuando dije å Mr. Peggoty:

- Amigo mio, habeis tomado alguna decision para lo futuro?

Al hacerle esta pregunta pensaba en lo que de- bia responder i la carta de miss Rosa Dartle, si no por ella, por mistress Steerforth.

- Mr. David, me respondió, hay otra patria para Emilia y para mi; iremos á buscarla muy lejos, sobre la costa del mar; alli está nuestro por- venir.

- Tia, dije traduciendo su contestacion, emi- grarán juntos.

- Sí, continuó Mr. Peggoly con una sonrisa de esperanza, en Australia nadie podrá reprochar nada á mi adorada Emilia; empezaremos á vivir de nuevo.

- ¿Y habeis fijado la época de vuestra partida? pregunté.

- Esta mañana, con el alba, he ido al puerto, donde he visto un buque que se hará á la vela antes de quince dias. Aseguraré en él nuestro pasaje.

- ¿ Solamente el de Emilia y el vuestro?

- Sí; mi hermana, Mr. David, liene mucha afeccion por vos y los vuestros y está poco acos- lumbrada á la idea de abandonar su patria para que yo le proponga un viaje semejante... Ademas, Mr. David, tiene alguien á quien cuidar... es pre- ciso no olvidarlo.

- ¡El pobre Cham! dije.

- Mi hermana, continuó Peggoty, es para él