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DAVID COPPERFIELD.

una segunda madre, y el pobre muchacho le abre su corazon con gusto... sin ella estaria demasiado solo.

- ¿Y mistress Gummidge?

- Ah! por la buena mistress Gummidge tengo toda la consideracion posible; es la viuda de un antiguo amigo, que tiene mucha razon en llorar, aunque los que conocen el pasado como yo erean que habla de él con excesiva frecuencia. Si la hon- rada mujer fuese mas jóven, no titubearia en em- barcarla con nosotros; pero no me ausentaré sin asegurarla una buena posicion.

Mr. Peggoly no olvidaba á nadie.

Sacó de su bolsillo un sobre y me dijo :

- Queria pediros aun alguna cosa, Mr. David; verificad si ese sobre contiene cincuenta y dos libras esterlinas en billetes de banco; á esa suma añadiré la que tenia Emilia en el momento de su fuga, y cuyo total le he preguntado sin decirle para qué... Deseo que cuando hayamos partido y estemos muy lejos para que no nos lo devuelvan, remitais el todo á la madre de quien sabeis.

- Si pensais que es justo obrar asi, le contesté, pienso lo mismo, y cumpliré fielmente vuestro en- cargo.

- Esta mañana no sabia si tendria el valor sufi- ciente para ir yo mismo á comunicar á Cham la vuelta de Emilia; sin embargo, le he escrito dos renglones para decirle que me iré á despedir, y como no tengo mucho liempo que perder, me pondré mañana mismo en camino de Yarmouth.

- ¿ Deseais que os acompañe? le pregunté ob- servando que no habia expresado todo su pensa- miento.

- Mr. David, si pudieseis concederme este fa- vor, os lo agradeceria; os conficso que estaria menos triste en union vuestra.

Estaba completamente libre... y la mañana si- guiente caminábamos juntos hácia Yarmouth.

No quise asistir á la primera entrevista de Mr. Peggoty con su hermana y su sobrino, y al pasar por la calle de Mr. Omer, di por excusa el de- seo de visitarle, y dejé que mi compañero me pre- cediese.

Mr. Omer, que habia alcanzado la dignidad de abuelo, se consolaba con sus nietos de los accesos mas frecuentes de asma; me presentó á toda su infantil familia.

Terminada mi visita, di aun un gran rodeo para dirigirme á la morada de Cham, donde mi buena Peggoly habia fijado su domicilio, habiendo arren- dado su propia casa al sucesor de Mr. Barkis, que le pagaba una renta mediana, ademas de lo que le habia regalado; el coche y el caballo... el mismo caballo, me parece, que Mr. Barkis guiaba con una calma imperturbxable.

Los encontré reunidos en la cocina con mistress Gummidge, que Mr. Peggoty habia ido á buscar préviamente á la casa-barca.

Me parece que esta digna mujer no hubiese abandonado su puesto si hubiese ido á relevarla otro que Mr. Peggoty.

Este habia terminado su relato, y su hermana y mistress Gummidge tenian el pañuelo empapado de lágrimas; Cham, que acababa de entrar, habia dado un paseo por la playa, para poder resistir á tan viva emocion.

Mi presencia, que una hora antes les hubiera molestado, era ahora un verdadero socorro para todos.

Cham me apretó afectuosamente la mano y me habló del viaje de su tio y de las maravillas que describiria en sus cartas; pero eludió nombrar á Emilia, mucho mas tranquilo, al parecer, que su mismo tio.

Admiré mas aun su fuerza de voluntad cuando por la noche mi buena Peggoty me instaló en una habitacion en que el volúmen de los cocodrilos me esperaba sobre la mesa, y me aseguró que Cham estaba lo mismo que antes de la visita de su her- mano.

- Creo que en el fondo de su corazon domina la tristeza, añadió Peggoty; pero su carácter es tan dulce como el de un ángel, y trabaja con mas ardor que ninguno de los trabajadores del astillero. Por la noche nos distraemos recordando nuestra vida en la casa-barco, y me habla de Emilia niña... nunca de Emilia llegada á la edad de la mujer.

Me habia parecido que Cham deseaba hablarme á solas, y resolvi salirle al encuentro la tarde si- guiente cuando volviese del astillero.

Durante el dia, Mr. Peggoty, que habia dormido en su hamaca, despues de haber apagado por la primera vez desde hacia mucho tiempo la luz colo- cada en la ventana, se ocupó en separar todo lo que queria mandar á Lóndres, habiendo resuelto vender lo restante ó dárselo á mistress Gummidge, que le ayudó en su larea.

A las seis de la tarde me dirigi hácia el astillero, y comprendí que no me habia engañado la vispera