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DAVID COPPERFIELD.

corregirme para siempre, que tal vez me hubiera vuelto otro, á oir en aquella circunstancia una palabra de bondad. Sí; una palabra de aliento y confianza, una palabra de compasion sobre mi ignorancia de niño, que me asegurase que yo era un amigo que llegaba á casa, y que era siempre la misma casa para mí : esa palabra hubiera podido inspirarme hácia él la abnegacion de corazon en vez de una obediencia hipócrita, el respeto, al menos, en vez del odio. Me pareció que mi madre padecia al verme á su lado tan asombrado, tan poco cariñoso, y que cuando me escurria hasta una silla, me seguia con miradas aun mas inquietas, notando quizás que no habia la misma libertad en mis movimientos de niño... pero no se pronunció aquella palabra, por mas que fuese el momento.

Comimos juntos los tres. Mr. Murdstone parecia muy rendido con mi madre, y confieso que semejante observacion no hizo que le cobrase mas afecto: mi madre tambien parecia muy contenta á su lado; supe, por la conversacion, que aquella noche esperaban una hermana mayor de Mr. Murdstone que venia á vivir á casa. No sé si fué entonces ó mas tarde, cuando supe que el hermano y la hermana tenian parte en una taberna de Lóndres. Poco importa que hable de ello aquí ó en otro lado.

Despues de comer, mientras que sentado al lado de la lumbre meditaba escaparme para ir á reunirme con Peggoty, sin atreverme á hacerlo sin embargo temiendo ofender al dueño de la casa, Mr. Murdstone oyó el ruido de un coche que se detuvo á la puerta de la verja; levantóse para salir al encuentro de la persona que llegaba. Mi madre le siguió, lo mismo que yo, aunque con cierta timidez : al llegar al umbral de la puerta de la sala, volvióse de repente, y, estrechándome en sus brazos, me besó con todo el amor maternal, y me dijo en voz baja que quisiera á mi nuevo padre y fuera obediente. Todo esto fué hecho en un abrir y cerrar de ojos, como si obrase mal; luego alargándome su mano por detrás, tuvo estrechada la mia hasta el punto del jardin donde se hallaba Mr. Murdstone. Allí me abandonó para darle el brazo.

La persona que llegaba era miss Murdstone, mujer de aspecto sombrío, tan morena como su hermano, á quien se parecia muchísimo hasta en el metal de la voz, con unas cejas muy pobladas que se reunian por encima de su nariz de ave de rapiña, como si, privada por su sexo del privilegio de gastar bigotes, hubiese querido resarcirse de aquel modo. Bajó del coche, trayendo dos cajas sólidas, en cuya tapa se leian las iniciales de su nombre formadas con clavos dorados. Para pagar al cochero sacó el dinero de un bolsillo de acero, que llevaba en un verdadero saco de calabocero, que colgaba de su cintura sujeto con una gran cadena cerrándose merced á una media luna provista de dientes de hierro. Jamás habia visto una mujer mas metálica en su conjunto que miss Murdstone.

Condujéronla á la sala con todas las consideraciones hijas de un interés cordial, y mi madre la recibió allí debidamente como á una hermana á quien estaba dispuesta á querer. Allí reparó en mí y preguntó:

— ¿Cuñada, es este vuestro hijo?

— Sí, respondió mi madre.

— En general, replicó miss Murdstone, no me gustan los chiquillos. ¿Cómo estás, hijo mio?

— Bien, gracias, ¿y vos, señora?

Alentado así, respondí esto con una cortesía tan fria que miss Murdstone me juzgó en dos palabras, diciendo :

— No tiene buenos modales.

Una vez que hubo pronunciado semejante sentencia con voz muy clara, suplicó que le enseñasen su cuarto, cuarto que desde entonces fué para mí como un lugar de terror, en donde jamás quedaron abiertos aquellos dos cajones de que he hablado antes. Dos ó tres veces movióme la curiosidad á mirar por la cerradura, bien entendido cuando no estaba ella dentro, y descubrí una porcion de agujas de acero para hacer crochet, que erizaban el espejo y servian para el tocado de miss Murdstone.

Fácil me fué comprender que venia á sentar sus reales para siempre. A la mañana siguiente empezó á ayudar á mi madre en los quehaceres domésticos, yendo y viniendo de la cocina á la despensa, arreglándolo todo, cambiándolo todo de puesto. La primera manía digna de notar que observé en miss Murdstone fué la continua sospecha de que la criada ocultaba un hombre en algun lado. Bajo el influjo de semejante ilusion, iba á la hora menos pensada á registrar el sótano del carbon, y no abria nunca cierto gran armario oscuro sin cerrarlo en seguida, creyendo que habia en fin sorprendido á aquel á quien buscaba.

Por mas que miss Murdstone no tuviese nada de aéreo, participaba de la alondra en lo de levantarse al romper el dia, y estaba de pié antes que todos los demas de la casa... siempre ocupada en buscar