Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/35

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida

23
DAVID COPPERFIELD.

mi cuarto, no teniendo el valor suficiente de ir á dar las buenas noches á Peggoty ni pedirla una luz. Cuando ella vino al cabo de dos horas á ver si estaba acostado, me desperté fácilmente al ruido de sus pasos, y supe por ella que mi madre habia ido á acostarse en un triste estado, dejando á solas á Mr. Murdstone y á su hermana.

A la mañana siguiente bajé un poco mas temprano que de costumbre, y me detuve á la puerta de la sala al oir la voz de mi madre : imploraba humildemente el perdon de miss Murdstone y lo obtenia; así es que tuvo lugar una perfecta reconciliacion. A partir de aquel dia mi madre se cuidó muy bien de no emitir opinion alguna sobre nada, sin llamar antes á miss Murdstone ó de informarse subrepticiamente de su opinion respecto al particular : no vi nunca á miss Murdstone, cuando estaba de mal humor, — esta era su única debilidad, — llevar la mano á su saco como si fuera á tomar algunas llaves y ofrecer su devolucion á mi madre, sin que esta no experimentase un terror muy grande.

El sombrío tinte del carácter de los Murdstone se manifestaba hasta en la religion, que era tan austera como inflexible. Mas tarde me figuré que miss Murdstone se complacia en hallar allí otra nueva fuente de entereza. Sea lo que quiera, recuerdo perfectamente las caras tristes con que íbamos á la iglesia, que no tardó en cambiar de aspecto á mis ojos. Mi memoria me traza vivamente el regreso del temido domingo. Me veo, yo el primero, entrando en el antiguo banco de la familia, como un cautivo á quien conducirian á un trabajo de presidiario; detrás de mí viene miss Murdstone, ataviada con un vestido de terciopelo negro que parece cortado de la colgadura de un catafalco; á ella sigue mi madre, y tras esta su marido : miss Murdstone murmura en voz alta las plegarias, y marca con preferencia en las amenazas que el libro santo dirige á los pecadores... « Miserables pecadores », repite volviendo sus ojos al rededor como si apostrofase á los asistentes. Entre ella y su hermano, apenas si mi madre se atreve á mover los labios, no perdiendo ni siquiera una de las terribles palabras que uno y otra pronuncian á cada lado como un trueno sordo. A veces reflexiono y tiemblo preguntándome quién tendrá razon entre nuestro vicario, anciano pastor indulgente, y Mr. Murdstone y su hermana. ¿Es posible que en el cielo solo haya ángeles exterminadores? pero si alzo un dedo ó se contrae alguno de los músculos de mi rostro, miss Murdstone me llama á la inmovilidad pegándome algunos golpes con su devocionario... En fin, así que se acaba el servicio emprendemos el camino de casa : veo algunos de nuestros vecinos que nos miran á mi madre y á mí, y murmuran en voz baja. Mr. Murdstone lleva del brazo a su hermana y á mi madre. Yo les sigo, y noto que mi madre no tiene la misma ligereza que antes en el modo de andar : ¿los años harán mella en su hermosura?

Alguna vez se habló de enviarme al colegio; los primeros que emitieron esta idea fueron Mr. Murdstone y su hermana, y por consiguiente mi madre fué de su opinion. Sin embargo, nada se resolvió respecto á este particular, y continué mis estudios en casa.

Nunca podré olvidar mis lecciones. Mi madre las presidia nominalmente, aunque Mr. Murdstone lo hacia realmente y su hermana, y entre ambos siempre hallaban ocasion para dar á mi madre alguna leccion de aquella tan decantada entereza, veneno roedor de su vida y de la mia. Se me figura que si me guardaban á su lado era con este objeto. Aprendí con facilidad las letras del alfabeto, sobre todo la O, la Q y la S; sus caprichosas y misteriosas formas no me inspiraban ninguna repugnancia; al contrario, marché todo derecho como por medio de flores, hasta llegar al libro en que leia á Peggoty la historia de los cocodrilos, animado siempre por la sonrisa y dulce voz de mi madre. Pero las lecciones solemnes que sucedieron á estas me vienen á la memoria como un fúnebre sudario de mi felicidad infantil, como una monótona y cruel carga de cada dia : lecciones largas, numerosas, difíciles, — la mayor parte ininteligibles, así para mi pobre madre como para mí.

Voy á tratar de referir una de aquellas torturas cuotidianas.

Entraba en la salita despues del almuerzo, con mis libros, un cuaderno de ejercicios y una pizarra; mi madre estaba sentada á su pupitre; sin embargo, no tan cerca como Mr. Murdstone que ocupa su sillon en el hueco de una ventana, y parece ensimismado en la lectura; — ni tampoco como miss Murdstone que, al lado de mi madre, ensarta cuentas de abalorios. La presencia de estos dos personajes ejerce en mí tal influencia, que las palabras que tanto trabajo me cuestan aprender de memoria se me olvidan unas tras otras.