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DAVID COPPERFIELD.

correr, habiendo perdido en la campaña todos los botones de su vestido: yo conservé uno como recuerdo.

El tartanero me miraba como si me quisiese preguntar si volveria aun. Meneé la cabeza y le dije :

— ¡No, no volverá!

— ¡Entonces, sigamos! gritó el tartanero azuzando á su caballo, que volvió á tomar el trote.

Sin embargo, despues de haber llorado una media hora, empecé á pensar que era completamente inútil el llorar mas, con mayor razon cuanto que ni Roderick Random ni mi capitan de la marina real no habian llorado nunca, si bien recuerdo, en los momentos difíciles de su vida. El tartanero, viéndome en aquella nueva disposicion, me propuso extender mi pañuelo sobre las ancas del caballo para que se secase. Agradecíselo y consentí.

Entonces me pude procurar la satisfaccion de examinar la bolsa : era de cuero y contenia tres chelines que parecian nuevos á fuerza de lo que Peggoty los habia frotado con estropajo y arena para darme mas alegría. Pero lo mas precioso de mi tesoro consistia en tres medias coronas envueltas en un papel, sobre el que mi madre habia escrito : Para David, con mi cariño. Me conmoví de tal modo, que supliqué al tartanero que me devolviese mi pañuelo; pero tan mojado estaba, que me aconsejó que no lo cogiese, por lo cual hube de contentarme limpiándome los ojos con mi bocamanga.

Despues de algunos conatos de sollozos me aventuré á preguntar al tartanero si debia conducirme hasta el término de mi viaje.

— ¿Y cuál es ese término? me preguntó.

— Lóndres.

— ¡Oh! me respondió, mi caballo reventaria antes de llegar á la mitad del camino. Os conduzco hasta los alrededores de Yarmouth, donde os confiaré al mayoral de la diligencia que se encargará de vos.

Barkis — así se llamaba el tartanero - se callaba tan buenas cosas, que el haber respondido categóricamente á mis palabras era ya demasiado. Así, creí que debia ofrecerle un pastelillo, que se engulló flemáticamente de un solo bocado, lo mismo que lo hubiera hecho un elefante.

Sin embargo, aventuró esta cuestion :

— ¿Los ha hecho ella?

— ¿Quién es ella? ¿Peggoty?

— ¡Sí, ella!

— Ella es la que se encarga siempre de nuestra reposteria, le respondí.

— ¡De veras! exclamó Barkis juntando los labios como si fuera á silbar, aunque en realidad no silbó y se contentó con mirar las orejas de su caballo.

En seguida añadió :

— Una muchacha muy juiciosa, ¿no es verdad?... ¿Ya le escribireis de vez en cuando?

— Ciertamente que sí, le respondí.

— Pues bien, si le escribís no os olvideis de decirla que Barkis accede.

— ¿Que Barkis accede? respondí inocentemente.

— Sí, eso es.

— Pero regresando vos mañana á Blunderstone, le dije tristemente al pensar que yo ya estaria muy lejos, podreis vos mismo cumplir vuestra comision mejor que nadie. — No, añadió, hacedme ese favor.

— Con mucho gusto. Y con efecto, aquella misma noche, mientras esperaba la diligencia en Yarmouth, pedí recado de escribir y tracé las siguientes líneas : « Mi querida Peggoty : He llegado bien. Barkis accede. Cariños á mamá. Tuyo siempre, tu afectísimo.

» Postdata. Me dice que tiene mucho empeño en que te escriba lo de : Barkis accede. »

Así que hube satisfecho su deseo, Barkis volvió á guardar su obstinado silencio, y yo, cansado de tanta emocion como sufria desde hacia tiempo, me acosté encima de uno de los almohadones del coche y me dormí hasta llegar á Yarmouth. En la posada en que hicimos alto, todo me pareció tan nuevo y tan extraño á mis ojos, que renuncié à la secreta esperanza que habia concebido en un momento, esto es, hallar algun miembro de la familia de Peggoty, quizás la misma Emilia.

La diligencia estaba en el patio, sin lodo y lista, aunque aun no habian enganchado el tiro... Nada anunciaba que iba á salir para Lóndres; mientras la examinaba, preguntándome al mismo tiempo qué seria de mí y de mi maleta, apareció una señora á una de las ventanas y dijo :

— ¿Este niño es el viajero que llega de Blunderstone?

— Sí, señora, respondíle.

— ¿Cómo os llamais?

— Copperfield.