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DAVID COPPERFIELD.

tivamente al empolvado patio de recreo, verdadero desierto de Arabia en miniatura, y en el cual, para estar bien, me decia que era preciso ser camello ó dromedario. No pensaba ciertamente en tales comparaciones la noche en que me condujeron, temblando de piés á cabeza, ante Mr. Creakle. Tal era mi turbacion, que al entrar no ví ni á mistress Creakle ni á miss Creakle, por mas que ambas se hallasen en el salon. Solo ví al director, hombre robusto, que llevaba en la cadena del reló todo un arsenal de llaves y de diges : estaba sentado en un sillon, y cerca de él habia una mesa con una botella y un vaso.

— ¡Ah! exclamó Mr. Creakle. ¡Hé aquí el niño que tiene necesidad de que se le limen los dientes! Volvedle un poco.

El hombre de la pata de palo me hizo girar sobre los talones, de modo que exhibiese el rótulo que me denunciaba como un animal peligroso por haber mordido á Mr. Murdstone. Así que Mr. Creakle me hubo examinado á sus anchas, el hombre de la pata de palo me obligó á girar de nuevo y fué á sentarse al lado de Mr. Creakle. Este tenia un rostro rubicundo, unos ojos pequeñitos y hundidos, unas venas salientes en la frente, la nariz corta y una barbilla muy pronunciada. Calvo hácia el cráneo, conservaba aun algunos cabellos plateados, pegados como una cinta encima de las sienes, de modo que se juntaban con sus cejas. Pero lo que mas impresion me produjo fué su voz tan apagada, que hablaba como cuando uno os dice un recado al oido. El esfuerzo que tenia que hacer para hablar, ó la contrariedad que experimentaba al hablar así, aumentaba la expresion de cólera de su fisonomía é hinchaba cada vez mas sus salientes venas, lo que me explica como me llamó muy particularmente la atencion esta particularidad característica.

— Veamos, preguntó Mr. Creakle, ¿qué observaciones habeis hecho respecto á este jóven?

— No hay nada que decir en contra suya, respondió el hombre de la pata de palo. Verdad es que aun no se ha presentado ocasion.

Se me figuró que Mr. Creakle quedó disgustado, al revés que mistress y miss Creakle, á quienes acababa de distinguir y mirar una al lado de otra atentas é inmóviles.

— Venid aquí, me dijo Mr. Creakle, haciéndome señas para que me acercara.

El de la pata de palo imitó el gesto y añadió :

— Acercaos.

— Tengo la honra de conocer á vuestro padrastro, prosiguió Mr. Creakle cogiéndome de una oreja, y es un hombre digno, de un carácter enérgico. Me conoce y le conozco. Y vos, ¿me conoceis? añadió Mr. Creakle pellizcándome con suma ferocidad.

— No señor, aun no, respondí haciendo un esfuerzo para no gritar.

— Con que aun no ¡eh! repitió Mr. Creakle; ya me conocereis bien pronto, ¿eh?

— Ya le conocereis bien pronto, repitió á su vez el hombre de la pata de palo, quien, segun supe mas tarde, servia generalmente de intérprete á Mr. Creakle para con sus discípulos.

Yo estaba fuera de mí; sin embargo, traté de reponerme y respondí :

— Así lo espero, señor...

Mientras respondia esto, sentia que mi oreja ardia como un ascua, ¡de tal modo me pellizcaba!

— Voy á deciros lo que soy, replicó Mr. Creakle dejando por fin mi oreja, no sin tirarla antes un último pellizco que me hizo ver las estrellas : soy tártaro.

— Tártaro, dijo el hombre de la pata de palo.

— Cuando digo que haré una cosa, la hago, y cuando digo que quiero que se haga una cosa, quiero que se haga...

— ... Que se haga una cosa, quiero que se haga, repitió el eco.

— Soy de un carácter inflexiblé, dijo Mr. Creakle : ese soy yo. Cumplo con mi deber, hé aquí lo que hago; mi sangre y mis sentidos... — aquí miró á mistress Creakle — mi sangre y mis sentidos, cuando se sublevan contra mí, dejan de ser mi sangre y mis sentidos... reniego de ellos... ¿Ese individuo ha vuelto aquí? preguntó al hombre de la pata de palo...

— No, respondió este.

— No, exclamó Mr. Creakle, á bien seguro que lo haga, ya me conoce. Pero que no se presente, añadió Mr. Creakle, dando un puñetazo encima de la mesa y mirando á mistress Creakle; sí, ya me conoce... En cuanto á vos, amiguito mio, habeis empezado a conocerme y podeis retiraros... Lleváosle.

Grande fué mi alegría al ver que me despedian así, pues mistress y miss Creakle enjugaban sus ojos, y yo me sentia tan triste por ellas como por mí. Sin embargo, tenia que hacer una peticion, y