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DAVID COPPERFIELD.

Yo no sé lo que iba á pasar entre ellos : ¿Mr. Mell hubiera pegado á Steerforth ó este al pasante? Quizás ninguno de los dos tenia la intencion, pero de repente los muchachos se quedaron como petrificados : Mr. Creakle apareció en medio de ellos trayendo a Tungay á su derecha; mistress y miss Creakle asustadas se habian detenido en la puerta. Hasta el mismo Mr. Mell, con los codos sobre su pupitre y el rostro entre sus manos, guardaba un profundo silencio.

— Mr. Mell, le dijo el director, sacudiéndole de un brazo, y dejándose oir tan distintamente à pesar de su extincion de voz, que el hombre de la pata de palo juzgó inútil repetir sus palabras, Mr. Mell, ¿espero que no habreis olvidado quien sois?

— No, señor, no, respondió el pasante, descubriéndose el rostro y restregándose las manos en señal de una viva agitacion... No, señor, no. No me he olvidado, y quisiera... que os hubierais acordado algo mas de mí, Mr. Creakle. Hubiera sido por vuestra parte una prueba de solicitud y justicia, y eso me hubiera ahorrado un...

Mr. Creakle, fijando en Mr. Mell su mas dura mirada y apoyándose en el hombro de Tungay, se volvió hácia Steerforth y le dijo :

— Veamos, señor mio, una vez que Mr. Mell no se digna informarme de lo que ha habido, sepamos de que se trata.

Steerforth eludió al principio la respuesta, contentándose con echar una mirada colérica y despreciativa : confieso que al comparar entonces el aire orgulloso de Steerforth con el humilde de Mr. Mell, el discípulo tenia sobre el profesor todas las ventajas de una noble distincion. Por fin, Steerforth se decidió á hablar.

— Preguntadle, le dijo á Mr. Creakle, lo que él entiende por favoritismo.

— ¡Favoritismo! repetió Mr. Creakle, cuyas venas frontales se hincharon insensiblemente, ¡favoritismo! ¿Quién ha hablado de favoritismo?

— Mr. Mell, dijo Steerforth.

— Os suplico, continuó Mr. Creakle volviéndose con cólera hácia donde estaba su pasante, que me digais qué entendeis por favoritismo.

— Creia, señor, replicó Mr. Mell con aire modesto, que ningun discípulo tenia el derecho de prevalerse de los privilegios del favoritismo para denigrarme.

— ¡Para denigraros! ¡á vos! dijo Mr. Creakle cruzándose de brazos y arrugando el entrecejo. ¡Eh! Dios mio, ¿permitidme que os pregunte cómo os llamais?... si, ya que hablais de favoritismo ¿habeis mostrado hácia mí el respeto que me debiais; hácia mí, que soy el jefe de este establecimiento, y á quien debeis vuestro empleo?

— Señor, respondió Mr. Mell, convengo en que no lo hubiera hecho á no estar sobreexcitado.

Aquí volvió á intervenir Steerforth en estos términos :

— Ha añadido que yo era vil y bajo, y yo le he llamado mendigo. A haberme hallado en mi estado natural, no le hubiese llamado mendigo; pero lo he hecho, y estoy dispuesto á sufrir las consecuencias.

Semejante discurso nos pareció á todos nosotros un discurso tumultuoso, y nos entusiasmó por Steerforth, sin que nadie de nosotros se tomase el trabajo de considerar qué consecuencias podian ser aquellas que Steerforth tenia el valor de arriesgar

— Vuestra franqueza os honra, Steerforth, dijo Mr. Creakle; sí, ciertamente que os honra, por mas que esté sorprendido, debo declararlo, de que apliqueis un término semejante á un individuo que está empleado en esta casa y por cuyos servicios recibe un sueldo.

Steerforth murmuró algo entre dientes.

— Noto que eso no es responder, dijo Mr. Creakle. Espero algo de mas esplícito, Steerforth.

Si Mr. Mell me habia parecido vulgar á mis ojos de niño al lado del altivo y noble discípulo, no sabré decir cuánto mas vulgar se me apareció en aquel momento Mr. Creakle.

— Que se atreva á negarlo, dijo Steerforth.

— ¿Negar que es un mendigo, Steerforth? exclamó Mr. Creakle. ¿Dónde vá á mendigar?

— Si él no lo es, en cambio lo es su parienta mas cercana, dijo Steerforth, y eso viene á ser lo mismo.

Steerforth me miró y Mr. Mell me apoyó suavemente la mano sobre el hombro: si hubiese apartado la vista de Steerforth y la hubiese fijado en mis ojos, en ellos hubiera podido leer la expresion de mis remordimientos.

— Ya que quereis que me justifique, continuó Steerforth, y que me explique, — tengo entendido que su madre vive en un hospicio de mendigos.

La mano de Mr. Mell no se separó de mi hombro, y se me figuró que decia en voz baja : « Me lo esperaba. »

Mr. Creakle se volvió hácia su pasante con ceño severo y una cortesanía afectada.