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DAVID COPPERFIELD.

plorar la suerte del desgraciado que cargara con ella.

¡Cuántos paseos solitarios dí por los alrededores, con un cielo encapotado, llevando grabado en mi mente el triste salon con la presencia de Mr. y de miss Murdstone, horrible pesadilla que me seguia por do quiera, que no podia desechar de mí y que me quitaba toda la alegria natural!

¡Y cuántas comidas tristes, en que comprendia que en la mesa habia un cubierto de mas, esto es, el mio, y uno que sobraba allí, y que era yo!

¡Cuántas noches en que esperaban que cogeria un libro, y yo, no atreviéndome á tomar uno que fuese divertido, escogia un tratado de aritmética y trataba en vano de resolver algun problema sin lograrlo nunca!

¡Y cuántos bostezos involuntarios, qué de luchas contra el sueño, qué modo de despertarme sobresaltado cuando creia poder dormir sin que nadie me apercibiese! Cuando por casualidad hacia alguna observacion, nadie me respondia. Sentia que no significaba nada para nadie, y que, sin embargo, estorbaba á todo el mundo. El único rato de bienestar que experimentaba durante el dia era el último, así que el reló daba la primera campanada de las nueve y que miss Murdstone con una dicha inefable decia :

— ¡Podeis ir á acostaros!

Así pasaron las vacaciones de Pascua, hasta que llegó un dia que miss Murdstone se apresuró á decir :

— ¡Hoy es el último dia!

Y aquel dia me sirvió la última taza de té.

No sentia marcharme : habia caido en un estado de embotamiento estúpido; sin embargo, volví algo en mí al pensar que iba á volver á ver á Steerforth, por mas que Mr. Creakle estuviese detrás de él.

Mr. Barkis presentóse aun otra vez en la puerta del jardin, y tambien aquella vez, cuando mi madre me estrechaba en sus brazos para darme el beso de despedida, miss Murdstone exclamó con voz severa : ¡Clara!

Besé á mi madre y á mi hermanito, y experimenté un gran pesar, aun cuando no fuese el de separarme de ella; pues en la misma casa existia un vacío entre nosotros, y cada dia se repetia nuestra separacion. Por mas que el beso que me dió mi madre fué sumamente tierno, recuerdo mucho menos aquel beso que lo que pasó despues...

Ya estaba en la tartana cuando oí que me llamaban. Volví los ojos y ví que mi madre estaba en el quicio de la puerta con su hijito en brazos. El frio era muy vivo; ella continuó allí, inmóvil, fijando en mí una mirada ansiosa y con su niño á cuestas.

¡Así me separé de ella! ¡así la ví en sueños en mi colegio, silenciosa é inmóvil al lado de mi cama, mirándome, con su hijo en brazos!


VIII


ANIVERSARIO MEMORABLE.


Omito todo cuanto pasó en el colegio hasta el aniversario de mi nacimiento, que era en marzo. De lo único que me acuerdo es de que Steerforth obtenia cada vez mas mi admiracion. Debia marcharse á fines del semestre, ó quizás antes. Cada vez mas independiente y seguro de sí mismo, me parecia que cada dia tenia una nueva seduccion: aparte esto, lo demas se me ha olvidado por completo. El gran acontecimiento que vino á marcar para mí aquella época, ha absorbido hasta cierto punto todos los demas, y sobrevive solo en mi imaginacion.

El intervalo que medió entre mi regreso á Salem-House y el memorable aniversario, creo que no fué muy largo. Para comprenderlo necesito saber qué pasó, necesito recordármelo; sin eso creeria que habian transcurrido cuarenta y ocho horas.

Recuerdo hasta el tiempo que hacia aquel dia: la niebla de la mañana envolvia la casa; aun se me figura estar viendo la nieve que habia caido la víspera; los mechones de mi pelo se trasformaban en copos sobre mis mejillas; de trecho en trecho la llama de una vela lucha con la espesa atmósfera de la sala de estudios, condensada aun mas con el aliento de los discípulos, que se soplan las uñas y pegan con el pié en el suelo para calentarse.

Ya habiamos almorzado y nos hallábamos en la sala cuando entró Mr. Sharp y dijo :

— David Copperfield, á la sala de visitas.

Como esperaba un regalo de Peggoty, me puse