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DAVID COPPERFIELD.

voz baja y evitó meter ruido en el andar, ¡como si hubiese podido turbarse el sueño de los muertos!

Hacia dos semanas que no se acostaba y pasaba las noches velando á su querida ama, como llamaba á mi madre. Tambien la habia velado las dos noches anteriores, no queriendo abandonarla mientras fuese de este mundo.

Mr. Murdstone no reparó siquiera en mí cuando entré en la sala, donde le hallé sentado junto a la chimenea y con los ojos arrasados en lágrimas.

Miss Murdstone, ocupada enteramente en escribir cartas, de las cuales tenia llena la mesa donde escribia, me alargó sus glaciales dedos, preguntándome con su tono duro si me habian tomado medida del traje de luto.

— Sí, señora, le respondí.

— ¿Habeis traido vuestras camisas? me preguntó.

— Sí, señora, he traido toda mi ropa y todas mis cosas.

A eso se redujeron todos los consuelos que me dió.

No dudo que experimentaba un verdadero placer en hacer alarde, en semejante ocasion, de lo que ella llamaba su presencia de ánimo, su fuerza de carácter, su buen criterio y todo el catálogo de sus diabólicas cualidades. De lo que mas orgullosa se mostraba era de su aptitud para los negocios; y como prueba de ella apuntó por escrito todo, sin permitir que se tocase á nada. Mientras duró aquella larga entrevista y hasta el dia siguiente no dejó de escribir, hablando de cuando en cuando con el mismo tono imperturbable, impasible, desabrido.

Su hermano cogia un libro, lo abria, hacia como que leia, y, sin embargo, continuaba media hora en la misma página; luego le cerraba, y dejándole encima de la mesa se ponia á pasear á lo largo de la sala.

Por mi parte continuaba impasible, con las manos cruzadas, observándole, contando sus pasos.

Hablaba raramente á su hermana, nunca á mí; podia decirse que era el único de la casa que se movia.

No volví á ver á Peggoty hasta la noche, que, así que supo que estaba acostado, fué á sentarse al pié de mi cama. Al dia siguiente, al pasar al lado del cuarto en que se hallaban mi madre y mi hermanito, hallé á Peggoty en el dintel de la puerta, y me cogió de la mano para que entrara.

Lo único que recuerdo es que, bajo una especie de paño blanco, se me figuró que yacia la personificacion helada de aquella solemne y silenciosa inmovilidad que reinaba en la casa. Mi pensamiento tomaba vuelo, cuando Peggoty hizo ademan de levantar el paño.

— ¡Oh! no no, exclamé deteniéndole la mano.

Recuerdo, como si hubiera pasado ayer, toda la ceremonia de los funerales. Veo, tal como estaba arreglada, la sala principal, el vivo fuego de la chimenea, la mesa encima de la que habian dispuesto botellas de vino y el pastel tradicional; recuerdo el traje de miss Murdstone y de los demas que llegaban silenciosamente. Delante de mí habia entrado el comadron Mr. Chillip, y se acercó á estrecharme la mano.

— ¿Cómo estais, mi querido David? me preguntó afectuosamente.

Por toda respuesta le abandoné mi mano.

— ¡Dios piadoso! prosiguió tratando de sonreirse y volviéndose hácia miss Murdstone con una lágrima en los ojos, ¡cómo crecen y se desarrollan los jóvenes á nuestro lado! Para reconocerlos, preciso es no haberlos perdido de vista.

Miss Murdstone permaneció muda lo mismo que yo.

— Aquí ha habido muchas mejoras, señora, se atrevió á añadir Mr. Chillip, á quien turbaba un tanto aquel silencio.

Aquella vez, miss Murdstone arrugó el entrecejo. Mr. Chillip, desconcertado, se retiró conmigo á una esquina del salon, y no volvió á abrir la boca.

Mostréme indiferente á estas y otras escenas, observando todo con una especie de estupor, hasta que oí el toque de la campana de la iglesia que me hizo estremecer. Enseguida entró Mr. Omer acompañado de otra persona que dijo que nos preparásemos. Peggoty me ha repetido muchas veces que en el salon se reunian las mismas personas que acompañaron á mi padre al cementerio.

Mr. Murdstone, nuestro vecino Mr. Grayper, Mr. Chillip y yo, marchábamos delante. A la puerta encontramos los cuatro sepultureros con el ataud : seguímosles por la calle de álamos del jardin, y desde allí á la triste morada en que habia oido veces mil gorgear á los pájaros á la salida del sol.

Al llegar á la fosa, todo el mundo se descubrió. El dia se me figura diferente de los demas, la luz no presenta el mismo color, tiene un tinte mas triste. Despues de un momento de recogimiento