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DAVID COPPERFIELD.

Me cogió la mano con tierna solicitud.

solemne, el sacerdote, con voz grave, lenta y clara, pronunció estas palabras :

— Soy la resurreccion y la vida, dijo el Señor.

La voz del sacerdote fué interrumpida por los sollozos. No lejos de donde me hallaba, ví á aquella pobre criatura, aquella fiel servidora, á quien quiero mas que á nadie en este mundo, á quien estoy seguro que el Señor dirá un dia, á propósito de mí : « Habeis obrado perfectamente. »

Veo otros rostros que conozco, que veia en la iglesia cuando era niño, — los mismos tal vez que habian sonreido á mi madre el dia en que llegó á la aldea, adornada con todo el brillo de su juventud. Los veo, los conozco, no puedo menos de mirar, por mas que esté entregado de lleno á mi dolor; así como tambien veo á Mineta que cambia á hurtadillas una mirada de inteligencia con su novio.

Todo se acabó; la fosa rellena, luego nos retiramos en silencio. Ante nosotros vemos nuestra casa, siempre bonita, siempre la misma, y asociándose siempre á todos mis recuerdos de la juventud : al verla, sufrí mas que durante los tres dias precedentes. Sacáronme de allí, y Mr. Chillip me habló; una vez que estuvimos en la sala, me refrescó los labios con un vaso de agua. Le pido permiso para retirarme á mi cuarto.

— Sí, amigo mio, podeis iros, me dijo con la ternura de una mujer.

Todo esto, lo repito, me parece que pasó ayer. ¡Cuántos sucesos mas recientes se han borrado de mi memoria para no volver, sino el dia en que sean evocados á nuestra vista todos los acontecimientos de nuestra vida!... en cambio, este lo tengo siempre presente.

Sabia que Peggoty vendria á buscarme á mi