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DAVID COPPERFIELD.

— ¡Ah! volví á responder.

— Soy vuestro amigo, pues sé lo que os debo, replicó Mr. Barkis; os acordais... ¡Barkis está dispuesto! ¿eh?

Respondíle afirmativamente con la cabeza, y no sé si habria llegado á adivinar á aquel mito de la reticencia á fuerza de mirarle frente á frente; pero Peggoty me dijo gritando que me esperaba, y me fuí á reunir con ella.

En el camino Peggoty me preguntó aparte qué era lo que Barkis me habia dicho.

— Pretende que todo marcha bien, le respondí.

— ¡Tambien es impudencia! exclamó; pero ¡qué mas da! Mi querido David, ¿qué pensariais si me casara?

Reflexioné un momento y le dije:

— ¿Qué pensaria?... Supongo que siempre me querriais lo mismo que ahora, Peggoty?

En medio del asombro de los transeuntes y de los dos individuos de su familia, la pobre criatura no pudo resistir al deseo de pararse para besarme en medio de la calle, protestando de su invariable cariño.

Despues de esta explosion de ternura, así que nos hubimos puesto en marcha, me preguntó otra vez :

— Vamos, ¿qué diriais, querido mio?

— ¿Si pensarais casaros... con Mr. Barkis?

— Sí, respondió.

— Pienso que seria una cosa excelente; porque en ese caso tendriais á vuestra disposicion la tartana y el caballo para venir á verme; vendriais de balde y estariais segura de no faltar.

— ¡Qué listo es este niño! exclamó Peggoty. Hace un mes que no pienso en otra cosa. Sí, hijo mio, y de ese modo seré mas independiente; dejaré los quehaceres de mi casa con mas tranquilidad que en la de los otros. Ademas, ¿de qué puedo servir si un extraño me toma por criada? Sí, gracias á eso no me separaré nunca de mi querido David; podré verle siempre que quiera, y cuando me muera no me enterrarán lejos de mi querida ama.

Sobre este texto hicimos variaciones durante mucho tiempo.

— En cambio, añadió Peggoty, no hubiera pensado mas en ello si os hubierais opuesto á ese casamiento... Si hubieseis dicho no, jamás hubiera yo respondido , aun cuando tuviera ya el anillo en la mano.

— En mi rostro podeis ver el gozo que me causan vuestras palabras, mi querida Peggoty.

— Pues bien, hijo mio, ya que se ha decidido y que estamos de acuerdo, voy a pensar sériamente en ello y consultarlo con mi hermano : hasta entonces que quede el secreto entre los dos. Barkis es un hombre honrado; en mí hallará una buena mujer cumpliendo con sus deberes, y por consiguiente todo irá bien, puesto que él está dispuesto.

Tan á propósito venia la cita de las palabras de Mr. Barkis, que nos reimos de buen grado y llegamos sumamente contentos á casa de Mr. Peggoty.

La casa-barca seguia lo mismo, excepto que se habia vuelto mas pequeña á mis ojos : mistress Gummidge estaba de pié en la puerta, inmóvil, como si no se hubiese movido de allí desde la última vez que la ví. En el interior no habia cambiado nada : reconocí mi camarote, y cuando fuí á visitar las langostas, cangrejos y demas crustáceos en el rincon que habitaban, halléles lo mismo, siempre aglomerados y abriendo sus tenazas para morder.

Pero ¿dónde estaba mi Emilia?

A esta pregunta, que dirigí naturalmente al no verla, Mr. Daniel Peggoty, dejando en el suelo el baul de su hermana y secándose el rostro, me respondió :

— Está en la escuela; dentro de veinte minutos llegará, á Dios gracias; pues cuando ella no está aquí se nos figura que falta la alegría.

Mistress Gummidge suspiró fuertemente.

— Vaya, ánimo, señora, le dijo Mr. Peggoty.

— Yo soy quien mas siente su ausencia, respondió la quejumbrosa viuda. Soy una criatura que vive aislada, y Emilia es la única persona que no me contraría.

Y mistress Gummidge, murmurando y meneando la cabeza, se puso á soplar el fuego.

Mr. Peggoty nos dijo á su hermana y á mí, poniéndose la mano en la boca, para que no pudiese oirlo la vieja :

— Piensa en el compañero.

Por lo cual saqué en conclusion que mistress Gummidge seguia lo mismo.

Debo confesarlo : por mucho placer que tuviese al hallarme en aquella original habitacion, que tanto me habia encantado en mi primera visita, se me figuraba que cierto descorazonamiento se mezclaba á aquel placer; quizás era porque Emilia no