estaba allí... Como sabia el camino que debia traer, salí á su encuentro.
No tardé en verla desde lejos. Era siempre la misma, por mas que hubiese crecido y estuviese muy desarrollada. A medida que se acercaba noté todas las gracias que habia adquirido su personita : su fisonomía tenia un aire mas reflexivo y vivo, sus ojos un tinte azul mas pronunciado... No sabré definir el sentimiento que me impulsó á hacer que no la reconocia; pero la dejé pasar á mi lado, como si mirase algun objeto lejano.
Mas tarde, en el trascurso de mi vida, creo haber representado una ó dos veces la misma escena.
Emilia no pareció preocuparse de ello. Comprendió en seguida el juego, y en vez de venir á mí, de dar vueltas á mi alrededor, pasó y se echó á reir corriendo. Esto me obligó á correr tras ella, pero se daba tal prisa que no pude alcanzarla hasta cerca de la puerta.
— ¡Ah! ¿sois vos? dijo Emilia.
— Lo sabiais tan bien como yo.
— Y vos tambien.
Quise besarla, pero ella se cubrió sus rosadas mejillas con la mano y me dijo:
— Ya no soy una chiquilla...
Y esquivándose, entró en la casa riéndose á carcajadas.
Parecia complacerse en hacerme rabiar, cambio que me chocaba mucho. La tetera lanzaba humo sobre la mesa, y nuestro cofrecillo fué colocado en su antiguo puesto... pero en vez de venir á sentarse á mi lado, se fué á hacer compañía á la dolorosa mistress Gummidge; cuando Mr. Daniel Peggoty le preguntó por qué, ella hizo como que se arreglaba el pelo, para ocultar su rostro, y siguió riendo.
— Es un verdadero diablillo, dijo Mr. Daniel Peggoty acariciándola con su callosa mano.
— ¡Vaya si lo es! exclamó Cham, soltando tan estrepitosa carcajada que se puso mas colorado que un pavo.
Era evidente que Emilia era el querubin de la casa, y sobre todo la niña mimada de Mr. Daniel Peggoty, de quien hubiera hecho cuanto hubiera querido, con solo acercar sus frescas mejillas á las tostadas del marinero. Mas de una vez fuí testigo de aquellos juegos infantiles, y comprendí que Mr. Daniel cediese tan gustoso.
Tan afectuosa y amable, sabiendo ser maliciosa y tierna á la vez, Emilia me cautivaba mas que nunca.
A partir del primer dia, me dió un testimonio de su sensibilidad; pues mientras nos hallábamos sentados alrededor de la lumbre, habiendo aludido Mr. Daniel á mi reciente desgracia, vi que Emilia se volvia hácia mí, y me dirigia á través de sus lágrimas una mirada de compasion tan sincera que se lo agradecí en el alma.
— ¡Ah! dijo Mr. Daniel Peggoty jugando con uno de los largos tirabuzones de sus rubios cabellos, tambien ella es huérfana, Mr. David, — y ademas, aquí teneis otro huérfano, añadió señalando á Cham; este es mi pupilo...
—¡Ah! Mr. Peggoty, si fueseis mi tutor!..
— Teneis razon, Mr. David, exclamó á su vez Cham en medio de un verdadero entusiasmo : tenemos un tutor excelente.
Y estrechó afectuosamente la mano de su tio, que Emilia quiso besar.
— ¿Y cómo va vuestro amigo? me preguntó Mr. Daniel Peggoty.
— ¿Mi amigo Steerforth?
— Efectivamente, ese es su nombre; lo habia olvidado, pues no tengo la memoria de los nombres, sino de las personas... Vuestro amigo Steerforth, ¿qué tal va?
— Estaba perfectamente cuando me separé de él, respondí.
— Me alegro mucho, dijo Daniel Peggoty. Ese sí que es un verdadero amigo. Me alegraria verle.
— ¿Verdad que es un chico excelente? exclamé en medio del entusiasmo hijo de la amistad.
— Tal me ha parecido.
— Y mas valiente que un leon, añadí; instruido, mañoso, hablando perfectamente... y generoso, etc., etc.; pues, una vez que habia empezado, no alababa lo bastante á Steerforth, mi amigo, mi protector.
Emilia me escuchaba, como los demas, con la mayor atencion, cosa que notó todo el mundo, pues sus lindos ojos se animaron muchísimo.
— A Emilia le sucede lo mismo que á mí, dijo Daniel Peggoty; estoy seguro que desearia ver á vuestro amigo.
Al oir esto se turbó, y observando que todos la mirábamos, se puso como la grana, se levantó sin decir una palabra y se retiró, no volviendo en toda la noche.
Acostéme en una camita, á popa del barco, y, antes de dormirme, oí gemir el viento en la playa