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DAVID COPPERFIELD.

La señal de la marcha produjo cierta agitacion; Mr. Daniel se armó de un zapato viejo que debian arrojar así que partiésemos, y que segun él nos procuraria buena suerte.

— A vos os corresponde esto, dijo Mr. Peggoty alargando el singular talisman á mistress Gummidge.

— No tal, replicó esta; mas vale, Daniel, que se encargue de ello cualquier otro. Yo misma soy una pobre criatura, sola en el mundo, y todo aquello que me recuerda lo que he perdido me parte el corazon.

— Vamos, viejecita mia, añadió Mr. Peggoty, ¡tomad y arrojadle!

— No, no, Daniel, repitió la vieja llorando á lágrima viva, no puedo; ¡si supierais cuanto sufro! Arrojadle vos.

Pero la pobre Peggoty que, así que se despidió de Cham, se habia instalado con Mr. Barkis, Emilia y yo, en el carricoche, se empeñó en que fuese mistress Gummidge quien lo arrojase, y la pobre vieja accedió al fin. Pero ¡ay! no bien lo hubo hecho rompió á llorar amargamente y casi echó á perder nuestra empresa, pues cayó en brazos de Cham y por poco se desmaya.

Mr. Barkis no era hombre capaz de renunciar á una partida de campo por nada de este mundo, y aun cuando hubiese creido que mistress Gummidge se desmayaba de veras. Chasqueó el látigo y salimos al trote en direccion á la iglesia, donde empezamos por pararnos. Mr. Barkis ató el caballo á la verja, invitó á bajar á Peggoty, quien entró del brazo de su futuro, suplicándonos á Emilia y á mí que esperásemos un cuarto de hora.

— Ya no estaremos juntos mucho tiempo, le dije á Emilia, así espero que pasaremos todo el dia en buena armonía y seremos amigos.

— No deseo otra cosa, respondióme.

— Corriente, en ese caso, empiezo por abrazaros.

Emilia consintió en esta nueva prenda de alianza; pero, cuando exaltado por tal merced la hice una declaracion en regla, jurando que mataria á cualquiera que se atreviese á pedir su mano, la chiquilla se echó á reir estrepitosamente; luego, tomando un aire grave é irguiéndose con la dignidad de una jóven matrona, me dijo :

— Sois un chiquillo.

¡Un chiquillo! cuando acababa de declararme. Grande fué mi despecho; pero ella se reia con tanta gracia, que olvidé al mirarla aquella expresion que me degradaba á mis propios ojos.

Peggoty y su futuro se tomaron algunos minutos mas del cuarto de hora pedido. Sin embargo, al fin volvieron, y el caballo emprendió el trote hácia el campo.

— A propósito, Mr. David, dijo Mr. Barkis, que á pesar de su reserva de costumbre no podia guardar por mas tiempo el secreto que se le habia confiado, ¿os acordais del nombre que escribí en el toldo de mi tartana?

— Clara Peggoty, respondí.

— ¿A qué no sabeis qué nombre escribiria si nuestro carricoche tuviese un toldo?

— Supongo que el mismo, contesté.

— No : escribiria Clara Peggoty Barkis, exclamó lanzando una risotada que hizo estremecer la tartana.

En pocas palabras : se acababan de casar, y para eso habian entrado en la iglesia. Peggoty habia decidido que la ceremonia se celebraria de aquel modo, sin padrinos. El sacristan habia hecho las veces de padre. Peggoty se turbó un tanto cuando Mr. Barkis publicó bruscamente su matrimonio, y me estrechó en sus brazos con mayor ternura para probarme que siempre ocupaba el mismo puesto en su corazon ; sin embargo, recobró su calma de siempre y manifestó lo mucho que se alegraba que todo se hubiese terminado tan pronto.

Tomamos por un atajo y nos paramos en una venta donde se nos esperaba : nos sirvieron una comida excelente, y el dia se terminó alegremente. Peggoty estaba tan á sus anchas como si hubiera llevado diez años de casada; siempre la misma.

Antes del té nos llevó á Emilia y á mí á dar un paseo, dejando á Mr. Barkis que fumase su pipa filosóficamente y contemplase su felicidad. Hay que advertir que el matrimonio no le quitó el apetito, pues, aun cuando comió perfectamente, pidió una loncha de jamon para cenar, y la mojó con varias tazas de té.

¡Qué boda tan singular! Mil veces he pensado mas tarde en la inocente originalidad de nuestra partida de campo. A la caida de la tarde subimos al coche, y durante el trayecto admiramos la bóveda celeste cuajada de estrellas. Como en Salem-House habia recibido algunas lecciones de astronomía elemental, hice alarde de mis conocimientos de colegial. Hasta el mismo Mr. Barkis me escuchaba entusiasmado, y tal era su atencion y el