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DAVID COPPERFIELD.

— A las ocho, convenido, dijo Mr. Micawber; muy buenas tardes, Mr. Quinion, y dispensad la molestia.

Púsose el sombrero, colocóse el baston debajo del brazo y se marchó mas tieso que un huso, tarareando una cancion así que salió del umbral de la puerta.

Entonces Mr. Quinion me exhortó solemnemente á ser lo mas útil posible al almacen, para ganar mi sueldo, que seria de seis ó siete chelines por semana; es decir, seis para empezar, y mas tarde siete.

Adelantóme el dinero de una semana, y di seis peniques á Patata-Farinácea para que se encargase de hacer trasladar mi baul, así que llegase la noche, á mi nuevo domicilio, pues aunque el equipaje no pesaba mucho, me hubiera sido difícil llevarlo á cuestas. Tambien gasté seis peniques en la comida, que se compuso de un pastel de carne y unos cuantos tragos de agua de una fuente de al lado, comida que acabó en un abrir y cerrar de ojos, y cuya digestion hice paseándome por las calles.

A la hora convenida volvió Mr. Micawber. Me lavé la cara y las manos, para honra de la dignidad de mi huesped, y nos dirigimos juntos á nuestra casa, si es que podia aplicarla semejante pronombre. Por el camino Mr. Micawber me decia el nombre de las calles, haciéndome observar las que presentaban algun signo caracteristico, á fin de que me orientase para el dia siguiente.

Cuando hubimos llegado á Terraza-Windsor, noté que la casa de Mr. Micawber se le parecia bastante, pues, sin ser nueva, no carecia de cierta apariencia. Las ventanas del piso principal estaban cerradas, para que los vecinos no se enterasen que en aquel piso no habia un solo mueble. En la sala del piso bajo se hallaba una señora, delgada, con un vestido ajado y dando el pecho á una criatura. Era mistress Micawber, á quien me presentaron. La criatura tenia un hermano gemelo, y me apresuro á decir que raramente debia ver á los dos hermanos sin mamar, cuando el uno, cuando el otro : mientras á uno le llegaba su vez, el otro mamaba que era una maravilla.

Ademas de los gemelos, habia otros dos niños, el mayorcito que contaba cuatro años, y una chiquitina de tres. Una criada, atacada de una respiracion por las narices muy ruidosa, vino á trabar conocimiento conmigo, media hora mas tarde, y me dijo que era huérfana y que salia del asilo de San-Luc. La misma mistress Micawber quiso instalarme en mi cuarto, situado cerca del cielo, en la parte posterior de la casa : el mueblaje no era vasto, y lo mas digno de llamar la atencion era una especie de estuco azul que habia en pared.

— Jamás hubiera creido, dijo mistress Micawber sentándose para tomar aliento, cuando de soltera vivia en casa de mis padres, que llegaria un dia en que tuviese que tomar huéspedes. Desgraciadamente mi esposo atraviesa por circunstancias difíciles, y es preciso que acalle todo sentimiento de susceptibilidad.

— Sí, señora, dije, no sabiendo qué responder á senmejante confianza.

— Las circunstancias difíciles son gravísimas por el momento, y no sé si Mr. Micawber podrá salir del pantano. Cuando vivia con papá y mamá, no hubiera comprendido el triste sentido de estas palabras... pero la experiencia se ha encargado de demostrármelo suficientemente, como decia papá.

Si mi memoria no me es infiel, creo que me contó que Mr. Micawber habia sido oficial de artillería, ó que perteneció á la marina en calidad de algo; despues se habia hecho corredor de géneros en la capital, y me sospecho que desgraciadamente para él no colocaba muchos.

— Si los acreedores de Mr. Micawber no quieren darle ningun respiro, continuó su esposa queriendo á toda fuerza enterarme, tanto peor para ellos. Cuanto antes mejor; no es posible sangrar una piedra, y lo que es, hoy por hoy, no sacarian un cuarto de Mr. Micawber; que hagan costas, que las hagan, ese dinero menos tendran.

¿Mi emancipacion prematura engañaba á mistress Micawber acerca de mi edad? ¿ó necesitaba á toda costa confiarse á alguien? Se me figura que á no tenerme á mano, hubiera dirigido el mismo discurso a sus dos gemelos. Por lo mismo renovóse varias veces aquella primera comunicacion, aunque con algunas variantes, mientras tuve la honra de conocerla.

¡Pobre mistress Micawber! He hecho todo cuanto he podido por luchar contra la desgracia, decia, y á no dudar era verdad. En medio de la puerta de la calle habia una placa de cobre, y en ella este rótulo con letras negras: Escuela particular para jóvenes, bajo la direccion de mistress Micawber. Pero, ¡ay! ningun jóven venia á tomar las lecciones de la insti-