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DAVID COPPERFIELD.

— Aun me queda otro consejo, que es escelente, y que os suplico guardeis en la memoria, amigo mio; ya le conoceis : Rentas, veinte libras esterlinas; gastos, diez y nueve libras y seis peniques; resultado, felicidad. Renta, veinte libras; gasto, veinte libras seis peniques; resultado, miseria. La flor se agosta, la hoja cae, el árbol muere... en breve os hallais por el suelo... como yo.

Para dar mas énfasis á esta comparacion, Mr. Micawber bebió un vaso de ponche con viva satisfaccion, y tarareó silbando un aire popular.

Prometíle no echar en saco roto sus consejos, y declaro que, aun cuando era muy jóven, me afectaron muchísimo.

Al dia siguiente fuí á acompañar á toda la familia á la diligencia que debia trasladarla á Plymouth.

— Mi querido Copperfield, me dijo mistress Micawber, que el cielo os bendiga. Nunca podré olvidaros.

— Copperfield, dijo á su vez el marido, adios, sed feliz. Si para el porvenir creyese que mi funesto destino ha sido para vos un provechoso ejemplo, tendré mi existencia por útil. Si la suerte me sonrie, como creo, no me olvidaré de hacer algo por vos.

Permanecí allí hasta el último momento. Tengo la pretension de creer que, cuando mistress Micawber se hubo sentado en el imperial y me miró, sus ojos no se engañaron y vieron en mí lo que efectivamente era : un pobre niño abandonado. Y lo creo así, porque la buena mujer me hizo una seña para que subiese á su lado, y se leia en su rostro una nueva expresion, la del cariño maternal. Sí, me abrazó como lo hubiese hecho á su propio hijo. No tuve mas que el tiempo necesario para bajar. La diligencia partió al trote, y un minuto despues la ví desaparecer al revolver una esquina : saludáronme con el pañuelo... el último adios de todo viajero.

¡La huérfana de San-Luc y yo nos hallábamos solos! Nos separamos uno de otro; ella se volvió al asilo y yo al almacen para empezar de nuevo mi tarea.

Pero tenia la intencion de no seguir haciéndolo mucho tiempo. No; habia resuelto huir...ir á cualquier parte, fuera de Lóndres, en busca de la única parienta que me quedaba en el mundo, mi tia miss Betsey, y contarle mi historia.

Ya he dicho que ignoraba cómo me habia asaltado semejante idea, pero que así que la concebí no se apartó un solo instante de mí, y se trasformó en resolucion invariable, no porque creyese que me iba á dar por resultado cualquiera cosa feliz; pero es el caso que nada hubiera podido hacerme variar.

Desde la noche en que aquel pensamiento habia distraido mi insomnio me habia contado á mí mismo mil y mil veces la historia de mi nacimiento, que mi madre repetia y yo oia con tanto gusto. En aquel relato mi tia era un personaje imponente y temible; pero uno de los detalles de su aparicion me daba un poco de ánimo. No podia olvidar que mi madre pretendia haberla visto acariciarme la cabellera con mano cariñosa. Quizás era solo una suposicion gratuita de mi madre, pero me apoderé de ella como de un hecho : saqué en conclusion que mi temible tia no habia podido menos de sentir un tierno interés por aquella pobre madre, cuya figura angelical no se separaba nunca de mi mente. Aquello me bastaba para hacerme esperar que por muy grande que hubiese sido su desilusion al ver venir al mundo un sobrino en vez de una sobrina, no rechazaria con demasiada dureza al pobre huérfano que iria á pedirle proteccion.

Como no sabia dónde vivia siquiera miss Belsey, escribí una extensa carta á Peggoty preguntándole incidentalmente si podia decírmelo, añadiendo que habia oido hablar de una señora que tenia el mismo carácter, que vivia en una ciudad, y cité la primera que me vino á la memoria, y que me agradaria saber si era la misma.

En otro párrafo de la carta le decia lo mucho que necesitaba una media guinea, y que si podia prestármela, mas tarde, al devolvérsela, le diria en qué la habia empleado.

La respuesta de Peggoty no se hizo esperar: era cariñosa y satisfactoria, pues enviaba el dinero pedido... ¡Dios mio! ¡qué trabajo y qué penas debia haber pasado para sacarla del cofrecillo de Mr. Barkis!

Supe por su carta que miss Betsey habitaba cerca de Douvres, aunque no podia decir exactamente si era en el mismo Douvres, Hythe, Sandgate ó Folkestone.

Uno de nuestros obreros, á quien pregunté acerca de estas cuatro localidades, me dijo que las cuatro eran limítrofes, y suponiendo que sabia lo bastante me decidí á partir el sábado siguiente.

A fuer de honrado, y no queriendo dejar detrás