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DE MADRID A NAPOLES

Apenas son las cuatro de la tarde, y ya estamos de vuelta en Chamounix.

Los mulos no llegarán aquí hasta las seis.

Entre tanto, nosotros hemos hecho con el viejo capataz de los guias el ajuste del viaje de mañana, el cual no puede verificarse sino en mulo, pues el camino es infernal y casi tan áspero como los que hemos andado hoy.—Se trata de salir del dédalo de montañas en que nos hemos metido.

—Mañana á la tarde (nos ha dicho el honrado jefe), llegarán ustedes á un terreno llano, habitable y muy frondoso, pasado mañana dormirán en la Suiza alemana; y al dia siguiente volverán á enfrascarse en nieves y hielos, atravesarán el Simplon, y bajarán á hacer noche en Italia.

—¡Italia! hemos exclamado Iriarte y yo con verdadera idolatría. Antes de llegar á aquella hermosa tierra, (nos ha replicado el anciano guía con cierta emulacion) aun tienen ustedes que admirar muchas maravillas en el seno de los Alpes. Mañana la Tete-Noire; pasado mañana el Valle del Ródano; y al otro dia, el soberbio camino abierto por Napoleon el Grande en la region de las nieves eternas... ¡Oh! ¡ya verán ustedes!...

Despues de esta conversacion, que ha reanimado nuestras abatidas fuerzas, y nos ha hecho desear el dia de mañana con todos sus trabajos y fatigas, he venido á sentarme en unos trojes, en mitad del valle, donde escribo estas línias, presenciando uno de los cuadros mas grandes que puede ofrecer la naturaleza, y lamentando con toda mi alma no ser el primer paisajista del mundo para trasladarlo al lienzo con todas sus tintas, con todos sus fulgores.

Por vía de despedida del Mont-Blanc, y en tanto que nos preparan la comida en el hotel, voy á procurar daros una idea de este momento, que no olvidaré nunca, y cuyas solemnes emociones resucitan en mi corazon una inefable poesía...

Ya son las cinco. El sol, que, como os dije, desapareció hace hora y media de este limitado horizonte, ilumina aún toda la gran cordillera.

El cielo, hácia la parte de Poniente, ostenta un color verde claro que nunca habia mostrado ante mis ojos.

Una montaña negra, tapada de árboles, y otra montaña blanca, abrumada de nieve, se juntan allí por sus bases, abriendo luego ancho camino á las suaves luces del ocaso..

Una ilusion óptica producida por el desvanecimiento del crepúsculo, me hace creer que el Mont-Blanc avanza, se me acerca, se me viene encima...—¡Oh... qué fascinación ejerce sobre mí en este momento!

Mientras he afilado el lapiz, la decoracion ha cambiado completamente.

La nieve se ha vestido de color de fuego, y aquella nube que ha coronado todo el dia la eminente cima del gigante parece ahora un velo de oro...

¡Oh Dios mio¡¡Qué pureza de reflejos y matices! ¡Qué nitidez; ¡Qué limpieza!

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