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DE MADRID A NAPOLES

Para colmo de ignominia, estos viajeros eran... dos jóvenes inglesas, ¿le quince á veinte años, lindas como dos soles y elegantes y distinguidas hasta en los ultimos perfiles de su toilette, y un apuesto jóven, que frisaria en los veinte y cuatro, y que por la pinta parecia ser hermano de ellas.

¡Imposible me fuera describiros la gracia y la tranquilidad con que aquellas preciosísimas ladys caminaban sobre sus mulos, sin pensar en el abismo que flanqueaba la senda, sin grandes precauciones contra el mucho frio de aquella region, sin ostentar en su rostro, en su ropa pi en su peinado las huellas del penoso viaje que venian haciendo, y sin otra servidumbre que los guías!..

El camino era tan estrecho, que nos costó trabajo el dejarnos pasar recíprocamente. Ellas no se dignaron saludarnos: hízolo el hermano por toila la familia: preguntó á nuestros guías en mal francés si el valle de Chamounix estaba transitable; respondiéronle estos afirmativamente, y ellos siguieron por su lado y nostros por el nuestro...

¡Oh! si viérais qué bonitas eran aqullas inglesas ... y cuán interesantes las hacia el lugar en que las hallamos!

¡Y qué vergúenza para nosotros!—Al dia siguiente, aquellas intrépidas amazonas subirian á la Flechere y leerian en el Album nuestra inpertinente fanfarronada!... ¡Y se reirian! ¡Y escribirian debajo nuestra eterna deshonra!

Muy preocupados íbamos con esta idea, cuando vino á distraernos uno de los cuadros más grandiosos que debíamos admirar de los Alpes.

Estábamos en la Tete-Noire (en español, la Cabeza Negra).

Llámase asi un altísimo monte, cubierto de nieve y hielo por la base, y deoscuros pinos por la cumbre,—singular anomalía, que le da un aspecto aterrador.

Hay un punto llamado Roche Percée (Roca Agujereada),—especie de túnel que perfora la montaña,—pasado el cual, la naturaleza lega á tal grado de hermosura, de atrocidad, de poderío, que el viajero espantado cree contemplar las ruinas de un mundo ó el embrion informe de la creacion. En cuanto alcanza la vista, sólo se perciben selvas y sombras, rocas inmensas festoneadas de abetos, despeñaderos profundos cortados verticalmente; moles desgajadas de sus cimientos, amenazando cegar los abismos, abismos cuyo fondo no se distingue, pero donde se oyen lamentos desesperados de torrentes que luchan como titanes para abrirse camino entre las peñas; cataratas que rugen en la oscuridad; montañas hechas pedazos, cuyos escombros, estratificados caprichosamente sobre aquella ancha grieta de la tierra, forman inaccesibles grutas tapizadas de musgo y flores y adornadas de trasparentes carámbanos ; un rio, en fin, un misterioso rio,—el Trient,—Hércules potente, que trabaja y remueve todas aquellas masas ciclópeas, empujándolas, arrastrándolas, hundiéndolas, mojándolas con su sudor, y haciéndolas temblar y bam-