Página:De Madrid a Nápoles (1878).djvu/158

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
142
DE MADRID A NAPOLES

Largas hileras de luces de gas brillaban ténuemente en el brumoso horizonte...

Los ruidos de la capital empezaban á percibirse á lo lejos...

Y la máquina silbaba como un dragon en agonía.

¡Torino! ¡Torino! gritaron al poco tiempo los empleados. ¡Preparad los billetes!

—Estamos en Turin, dijimos á nuestra vez todos los viajeros.

Y el techo de la estacion resonó sobre nosotros; y el tren hizo alto; y la máquina dió un largo resoplide como si se muriera; y se abrieron las portezuelas de los coches; y saltamos al anden del mismo modo que si hu- biéramos llegado á otra cualquier parte...

En la capital de la reciente Italia eran las diez y tres minutos de la noche.

Al salir de la estacion nos encontramos en una anchísima esplanada, toda llena de coches de alquiler, entre los que habia muchos en cuyos grandes faroles se leian los nombres de los principales Hoteles de Turin.

Nosotros habíamos decidido ir á parar al Hôtel d'Europe, dirigido por el señor Trombetta, cuya fama es universal.

Dirigímonos, pues, á su coche, y ya ponia yo el pié en el estribo. cuando me sentí detenido por unos robustos brazos, y oí que una voz, nada española por el acento, me decia en español estas palabras : ¿Cómo estás?

Me volví, y á la incierta luz de la luna y del alumbrado público, me encontré con un extraño personaje, elegantemente vestido de negro, alto y fuerte como un Sanson , moreno hasta rayar en mulato, y cuyos ojos de leon, cuyos dientes de marfil y cuya hermosa barba, azulada como las plumas del cuervo, recordaba yo haber visto en otra parte.

—¿Y Caballero? ¿No venir contigo? continuó preguntándome aquel hombre , con una espresion de cariño, de inocencia y de bondad en la mirada y en la risa, que contrastaba vivamente con su formidable figura. -¡Jussuf! ¿Eres tú? exclamé entonces, reconociéndole.

—Si, sí..., yo soy Jussuf, respondió mi aparecido con una alegría infantil.

Imaginaos nuestra sorpresa.—Jussuf era un marroquí de pura sangre, que Iriarte y yo habíamos conocido en Africa, donde vestia jaique, turbante y babuchas.—Durante la tregua que medió entre la Batalla de Tetuan y la de Vad-ras, aquel moro, que nos habia combatido hasta entonces ferozmente, vino, como otros varios, á nuestro campamento; se aficionó á nuestras costumbres; intimó mucho con mi amigo don José del Saz Caballero (por quien acababa de preguntarme); vivió en su tienda; declaróse neutral en la última batalla, y allá me lo dejé cuando abandoné el ejército...

En cuanto al resto de su historia, él mismo se apresuró á contárme-


6