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DE MADRID A NAPOLES

pensado esta mañana, oir la Norma en Italia era el colmo de nuestras ilusiones. — Equivalía á comer ostras en Ostende, á ir á los toros en Sevilla, á ver un serrallo en Asia, á lomar leche en Suiza, á verse vigilado en Venecia, á presenciar un asesinato en Roma , á beber cerveza en Londres, á hablar de filosofia en Viena...

Tomamos, pues, el camino del Teatro Nacionale.

El tal teatro hállase situado á un extremo de la ciudad , cerca del Giardino Pubblico , que es como si en Madrid dijéramos: en el Buen Retiro; ó en Chamberi; ó donde Cristo dio las tres voces...

Pero las verdaderas sorpresas principiaron en el Despacho de billetes.

Nosotros pedíamos butacas, lunetas {stalles , fauteuils) , ó cosa por el estilo, y á todo ello nos contestaban alargándonos tres llaves.

—No es un palco, ni mucho menos tres, lo que queremos, insistíamos nosotros. Queremos butacas, lunetas, fauíeuils d'orchestre...

—Pues bien, eso les doy, respondía el espendedor, que hablaba indistintamente francés é italiano. Aquí se llaman sedie chiuse (sillas cerradas). Con estas llaves las abrirán ustedes.

—Pero, señor, ¿cómo se abre una silla?

—Ya se lo dirá el acomodador.

—¿Y son estas las mejores localidades de la platea?

—Sí señor: son las mas caras: son lo que se llama en Francia sillón de orquesta.

—¿Y cuánto valen?

— uatro mutas (mute) cada una, comprendida la entrada.

La muta es una moneda especial del Piamonte, que ni es de cobre, ni de plata , sino una mezcla de plata y cobre , como la que antiguamente se llamaba vellon en España. — Cada lira, ó sea cada franco, equivale á cinco mutas.—Nos habían, pues, pedido unos tres reales por cada sillón de orquesta.

—¡Barata anda la música en este país! exclamé yo.

—Es natural, me contestó Iriarle. ¿No ves que aquí se cria?

—Por esa misma razón debe de ser mejor que en ninguna otra parte.

—Lo que ya no admite duda es que los cantantes italianos no son pagados en su tierra como en la extranjera.

Nema propheta est...

Provistos de esta fé y de las susodichas llaves, entramos en el teatro.

La Sala era espaciosa, sí bien demasiado alta para su longitud y anchura. El decorado me pareció sumamente pobre, y el público... de última calidad. Los ciento diez y seis palcos en que se diviilia el anfiteatro estaban llenos de hombres, mujeres y niños. Los niños lloraban ó gritaban... según su edad. Las mujeres comían castañas. Los hombres conservaban el sombrero puesto. —Esto en cuanto á los palcos. —En la platea habia cuatro ó cinco filas de sedic chime , y otras diez ó doce de asientos de madera lisa, —quedando sin localidades una tercera parte delpa-