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DE MADRID A NAPOLES

tio. donde se agrupaban de pié los que sólo habian comprado entrada... — En cuanto á la sedia chiusa, se llama así porque su asiento (que se levanta y se baja, como el de las sillas de coro de algunas catedrales) está sujeto al espaldar con una cerradura de hierro, á fin de que únicamente, pueda ocuparlo el poseedor de la llave...

(Según nos dijeron nuestros vecinos, estos usos y costumbres son iguales en casi todos los teatros de Italia).

Yo empezaba á perder mis ilusiones...

—¡Con tal que canten bien!... exclamaba á cada momento. Ya estaban encendidas las luces de la orquesta , consistentes en unos enormes quinqués de aceite, que mucho me engaño ó debieron de conocer á Guido el Aretino, —Del techo del salón pendia una araña de gas.

El telón de boca, que era una alegoría del Eslatulo Sardo, empezaba á menearse...

El público rugía de entusiasmo y de impaciencia al oir templar los Instrumentos.

Jussuf se multiplicaba para atender á las innumerables víctimas que esperaban una mirada de sus africanos ojos.

Los primeros acordes de la sinfonía restablecieron al fin la calma en el público, ahuyentándola de mi corazón...

¡Dios de Israel! ¡Qué orquesta! ¡Qué algarabía! ¡Qué trompetazos! ¡Qué violines, sonando como rabeles! ¡Qué furia marcial la del signor direttore! — ¡Ah! ¡perro moro! ;,Para qué nos has traído aquí? — Ah, querido Iriarte!... ¿Quién diría que estamos en Italia? — Oh, divina Euterpe! ¡Cómo toleras semejantes abominaciones!

En esto se corrió el telón y apareció la sagrada selva. El público siguió con el sombrero puesto. Esto me consoló en cierto modo.

Cuatro galos y un cabo, y ocho druidas seguidos de Oroveso, ocuparon la escena.

Uno de los druidas salía temblando como un azogado, á fin de significar que era viejo. —Media arroba de lino le servia de barba. En cambio habia otro con bigote y perilla.

A Oroveso le llegaba la barba á las caderas... , y no exagero ni una pulgada.

Toda esta tropa rompió á cantar sin pararse en barras, levantando los brazos con una simultaneidad y un concierto que desgraciadamente no empleaban al levantar la voz.

Luego salió Pollione, formidable sugeto de dos varas y media de estatura, el cual empezó á gritar desforadamente. A los pocos momentos desatina; luego da un espantoso gallo... — El público aplaude... ¡tal vez irónicamente!... — El artista saluda con la mayor seriedad, —y toda su aria trascurre de este modo.

En seguida sale Norma, no trágica, sino patibularia figura, de recios y descarnados huesos, macilenta lisonómica y amanerado trage. — La