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DE MADRID A NAPOLES.

El jóven sir Arturo escuchaba embelesado al gondolero.—Hugo de V. no entendia una palabra y fumaba tranquilamente.—Yo recordaba la visita de Tomás Moore á lord Byron, el retrato del amante de Margarita Cogni, escrito por madama Albrizzi, las escenas sublimes de Marino Fatiero y de los dos Foscari, la historia entera del bardo peregrino, su ju= ventud disipada, su tormentosa vida, su heróica muerte.."; y sentia ganas de llorar, como si se tratase de un antiguo amigo mio.

Siguiendo el consejo del gondolero, al volver a Venecia, tocamos en la Isla de San Lázaro de los Armentos, y visitamos el convento de Mekhita— ristas que le da nombre.

Allí supimos que el sabio religioso, amigo de lord Byron, que le ensenó el armenio, murió en 1853.

Un jóven profeso, tan 1lustrado como amable, y cuyo nombre siento no recordar, nos enseñó el monasterio, la biblioteca y la famosa imprenta de donde salen á luz continuamente curiosísimas obras orientales, traducidas al armenio porla comunidad.

Las obras de lord Byron, con ser tan profanas, han merecido tambien la honra de esta traduccion y de ser impresas con extraordinario lujo.— Asi han obsequiado los religiosos la memoria del malogrado genio que tantas pruebas les dió de estimación y de cariño.

Cuando íbamos va 4 marcharnos, el jóven Mekhitarista nos presentó un álbum, rogándonos que escribiésemos en él nuestros nombres, como lo han hecho todas las personas que de muchos años á esta parte han visitado el Convento.

Yo hojeé el álbum, y encontré algunos nombres españoles, entre ellos los de mis muy queridos amigos los marqueses de Molins, y el del general Narvaez.

Más adelante, entro las firmas últimamente sentadas, leí: Salustiano Olózaga.—8 de octubre de 1860.

Es decir que nuestro ilustre orador estaba en Venecia hace menos de un mes.

A todo esto era la una de la tarde, y nosotros queriamos hallarnos en la Plaza de San Márcos á las dos en punto, á fin de oir la música aus" triaca, que toca en ella todos los domingos, y asistir á la comida de las célebres palomas.

Dejamos, pues, la Isla de San Lázaro y pusimos el rumbo á la Piazzetta.

La Piazzetta es, como quien dice, una antecámara ó recibimiento que precede á la Plaza de San Márcos, y que indudablemente la aventaja en hermosura.

Al descubrirla desde la góndola; al ver que nos acercábamos á ella nos pusimos de pie indeliberadamente.