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DE MADRID A NAPOLES.

Desde que penetré en la primera calle de esta antigua curte de los Duques de Este, parecióme que la ciudad era demasiado grande para la poblacion que hoy la habita. — Y no me equivoqué ciertamente : el perímetro de Ferrara no bajará de dos leguas y media, y, sin embargo, apenas contiene 30,000 almas.

Las calles son anchas, rectas, y están empedradas de menudos guijarros. Los enormes edificios que las forman, entre los que se ven centenares de Palacios, tienen un aire señoril, venerable, majestuoso, que recuerda los grandes tiempos de Ferrara. — Muchos de tan insignes Palacios están cerrados por falta de inquilinos. La yerba, amiga siempre de la soledad, crece, pues, impunemente delante de estos sepulcros de pasadas generaciones, y los Escudos de armas, tallados en piedra, que adornan las torres y las portadas, así como los que se ven engastados en los hierros de rejas y balcones, parecen los epitaficios de las nobles familias que allí vivieron y de que ya sólo queda un pálido nombre en la Historia.

Al principio atravesé calles completamente desiertas. — Más adelante vi algunos hombres embozados en capas negras, más cortas y de menos vuelo que las españolas. — Luego, entró el coche en una calle en que habia ya algún comercio, algún ruido, alguna animacion...

Llegábamos al centro de la extensa capital...

En muchos balcones ondeaba la bandera tricolor de Italia , y en las muestras de las tiendas se advertían indicios del entusiasmo que inspira á los ferrareses el nuevo estado de cosas. — Almacen de la Unidad, decia un letrero. — Café de Cavour, se leia en otro lado. — Calle de Solferino, rezaba un azulejo. — Bazar de Victor Manuel. — ¡A la nueva Italia!Fonda de la Libertad, decían otros rótulos. — Y á más de esto, veíase en las esquinas una infinidad de carteles con anuncios de folletos, libros, periódicos y espectáculos, cuyo solo título hubiera constituido un crimen ó una herejía á los ojos del Cardenal Legado que imperaba en esta ciudad (en nombre de la Santa Sede y con ayuda de las bayonetas austríacas) antes de las famosas anexiones del año último.

Al considerar todas estas cosas, no podía menos de conmoverme, pensando en la profunda turbación que debió de experimentar este pueblo al pasar bruscamente desde el más intolerante absolutismo á la más amplia libertad. — ¡Qué catástrofe aquella para los que vivian apegados al antiguo régimen! ¡Qué delirio de júbilo para los que deseaban, pero no se atrevian á esperar, lo que sucedió de pronto! ¡Qué terrores! ¡Qué vértigos! ¡Qué alegrías! ¡Cuántas lágrimas de placer ó de pena! ¡Cuánta locura en todas las imaginaciones! ¡Cuántas ruinas y cuántas resurrecciones en una hora !

De todas estas peripecias, sólo quedan ya en la ciudad (en el centro de ella, vuelvo á decir) los vestigios de la alegria. — La pena acaba siempre por ocultarse.

Sí. Un júbilo espansivo se reflejaba esta tarde en todos los rostros. Los