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DE MADRID A NAPOLES.

conocieron; ahí la amó años y años el inmortal poeta ; ahí leyó por primera vez su Gerusalemme liberata, buscando en los ojos de la ingrata beldad el único lauro á que aspiraba en el mundo, y de ahí lo llevaron un dia al Hospital de Santa Ana, y lo encerraron en un calabozo, tomando por locura su pasión devoradora! — Los salones de ese alcázar (continué diciénome) recuerdan también haber oido á Boiardo y Ariosto recitar sus inmortales poemas; — vieron á Ticiano retratar á Lucrecia Borgia, ó inspirarse en su peregrina hermosura para pintar las Bacantes y el Triunfo del Amor; — conocieron á Tito Vespasiano Strozzi, el último poeta latino, que componia madrigales en honor de la liviana hija de Alejandro VI, —temblaron al oir la voz de Savonarola, cuyas primeras predicaciones condenaron el escándalo en que vivian los Borgias y los Este; — labergaron á Calvino, llamado á esta ciudad por su sectaria la mujer de Hércules II; — hospedaron despues por espacio de dos siglos á los Cardenales Legados; — se estremecieron un dia de asombro al ver entrar por sus puertas al primer Napoleón; — y últimamente han sufrido la ominosa ocupación austríaca , único sosten del odiado gobierno pontificio.

Con esto llegamos á la puerta del hotel de la Estrella de Oro, de que yo tenia buenas noticias, y donde escribo estas páginas. Escogí cuarto; dejé en él mi equipaje, y torné á salir á la calle, á fin de aprovechar lo que restaba de dia para acabar de ver la ciudad.

Como podréis suponer , mi primera visita ha sido á la Prision del Tasso.

Es ésta una especie de sótano húmedo , oscuro , infecto , que en su origen fue leñera del Hospital de Santa Ana.

Sus cuatro paredes, su puerta y hasta el techo, se hallan cubiertos de nombres ilustres.

Entre ellos he leído los de Goethe, Byron y Lamartine.

Byron grabó el suyo en gruesos caracteres , labrando una piedra con un puñal.

El conserje dice que el poeta empleó dos horas en esta operación y que pasó otras dos encerrado en el calabozo. — Lo cierto es que al cabo de ellas, y de vuelta en su casa, escribió su célebre elegía La lamentacion del Tasso, que termina con estos melancólicos pensamientos:

«Y tú ¡oh Eleonora! tú, que te sonrojas de tener un amante por mi estilo; tú, que no habrás podido saber sin abochornarle que alguien, además de los monarcas, se ha atrevido á encontrarte bella.... sabe que, cuando se haya apagado ya ese explendor de que te rodean el rango y la hermosura , llegarás á compartir el laurel que dará sombra á mi sepulero. ¡ No habrá entonces poder que baste á separar nuestros nombres en la muerte, como nada ha bastado en vida á arrancarte de mi corazon!... Sí, Eleonora: nuestro destino es unirnos para siempre; pero ¡ay! ¡demasiado tarde!»