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DE MADRID A NAPOLES

Agustin Caracci, el menor de los tres pintores de este apellido, tiene aquí dos magníficos cuados: la Ultima Comunion de San Gerónimo y la Asuncion. Este es un plagio servil de la Asunta de Ticiano que hemos visto en Venecia. El otro ha sido plagiado á su vez por Dominiquino.-Y ¡cosa extraña! los dos plagios son superiores á sus modelos.- La Asuncion de Caracci es más ideal, más vehemente, más viva, y por supuesto más religiosa que la de Ticiano.-La Ultima Comunion del Dominiquino (que se halla en el Vaticano, en frente de la Transfiguracion de Rafael, y que, al decir de algunos, la eclipsa y oscurece) goza de una celebridad que no ha alcanzado ni con mucho la Ultima Comunion de Caracci.

Luis Caracci, primo del anterior, tiene en este Museo una obra de primer órden (la Virgen de la Gloria); pero los boloñeses le dan mucha más importancia á la Madonna della Pietà de Guido Reni, que ocupa el lugar preferente de la Galería.-Yo creo que en este juicio ha entrado por mucho la devocion; pues hay que tener presente que en la parte baja del cuadro de Guido figuran los Santos Patronos de Bolonia.

No diré lo mismo de su célebre Crucificado. Este cuadro bastaria á la gloria de un artista.-Cristo está en agonía en la soledad del Gólgota. El pueblo y los verdugos se han marchado. Es de noche; pero no una noche natural, sino la noche milagrosa y terrible que vino sobre el mundo al expirar el Redentor. Las tinieblas del eclipse no podian ser pintadas por nadie mejor que por Guido Reni. La luz incierta y pálida que los críticos han censurado en todas sus obras, es aquí una belleza, lejos de ser un defecto. Diríase que el silencio, el horror y el luto del alma han encontrado colores en la paleta del artista. Jesús dirige los ojos al cielo por la última vez. Al pie de la Cruz, la rubia Pecadora, abrazada al leño, expresa admirablemente aquella singular pasion que es uno de los más bellos afectos de esta sublime tragedia. María, de pie, clásica, hermosa, contando los últimos suspiros del Moribundo, es la estatua del más grande dolor que ha sufrido el corazon humano. ¡Qué nobleza! ¡Qué magestad en esa patética figura!-San Juan, el dulce y sensible Apóstol, es hombre al fin, y como que protesta!-¡Supremo y angustioso instante! ¡Qué recogimiento! ¡Qué muda elocuencia! ¡Qué tinieblas en esas almas!--Parece inposible que haya tanta vida en tanta muerte.

Pero todavía no es ésta la obra capital que encierra el Museo...-¡ Hé aquí á Rafael!-¡Hé aquí su Santa Cecilia!...-Cuando Rafael se inspira verdaderamente, todo calla, todo palidece, todo se marchita en torno suyo.

Santa Cecilia, rodeada de cuatro Santos, uno de ellos San Pablo, oye un Concierto de Angeles. Estos Angeles ocupan la parte alta del cuadro. La Jóven siciliana y los Bienaventurados que la cercan han caido en un delicioso éxtasis. Santa Cecilia, la inspirada Música, la Euterpe cristiana, sostiene ya apenas el salterio, que se le cae de las manos..., como vencido por aquella melodía de la Gloria. A sus pies se ven los instrumentos y atributos de la música terrestre, declarando tambien su impotencia y